El último camello murió al mediodía by Elizabeth Peters

El último camello murió al mediodía by Elizabeth Peters

autor:Elizabeth Peters [Elizabeth Peters]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico, Amelia Peabody
publicado: 2015-03-15T13:56:25+00:00


Capítulo 10

¡Asaltada a medianoche!

No soy una de esas hembras débiles que se desmayan. Sé incluso unos pocos trucos de pelea, gracias al estudio asiduo de antiguos relieves egipcios y a la ayuda de mi doncella Rose, quien amablemente me permite practicar con ella. Ni la fuerza ni la habilidad sirvieron contra este adversario. Cuando levanté la rodilla para un golpe vulgar pero acertado, se retorció ágilmente y luego bajó su cuerpo sobre el mío hasta que cada miembro estuvo sujeto.

Era un cuerpo duro y flaco, delineado con músculos como correas de cuero. Podía sentirlo demasiado bien a través de la delgada túnica de lino que era mi única ropa, y mis propios músculos comenzaron a debilitarse.

Unos labios calientes se deslizaron por mi frente, mejilla... hasta la oreja.

—Vengo a ayudar, no hacer daño, señora. —El cuchicheo apenas fue más que un aliento tibio y húmedo—. Confíe en mí.

Bien, tenía muy poca elección, ¿no? Siguió en meroítico, hablando muy lenta y claramente.

—Si grita significará mi muerte. Óigame primero. Pongo mi vida en sus manos para demostrar mi buena... —¿fe, intenciones?

Verdaderamente, el argumento fue persuasivo. Cuando apartó la mano tragué una gran bocanada de aire. Su cuerpo estaba tenso y preparado pero no me tapó la boca.

—¿Quién es usted? —Cuchicheé.

—¿No llamará a los guardias?

—No. A menos que... ¿está solo?

Captó mi significado de inmediato. El peso que me apretaba se levantó, pero mantuvo la boca cerca de mi oído mientras decía suavemente:

—Estoy solo. Su hombre, su niño están a salvo. Duermen.

—¿Por qué está aquí? ¿Quién es usted?

—Vengo a... —La palabra no me era familiar, pero la siguiente frase aclaró su significado—. Hay peligro. Debe... —¿escapar, huir?—... de este lugar.

—Necesitamos camellos, agua —empecé.

—Se encontrarán.

—¿Cuándo?

—Después... —Se detuvo.

Ajá, pensé; sospechaba que habría un “después”.

—¿Qué quiere de nosotros? —Pregunté.

—Hoy ha salvado a dos de mi gente. Mueren, sufren. Los ayudó a ser... —¿?

—No conozco esa palabra.

—Ir, venir, hacer lo que desean.

—¡Ah! —En mi entusiasmo había hablado demasiado fuertemente. La mano se cerró sobre mi boca. Cuando la apartó, respiré—, comprendo. Sí, ayudaremos. ¿Qué podemos hacer?

—Esperar. Un mensajero vendrá, llevando el... Confíe solo en el que lleva...

—¿El qué?

—¡Ssssh!

—¡No conozco esa palabra! Es importante —agregué, una descripción insuficiente si jamás he hecho alguna.

El aliento del hombre salió en rápidos jadeos. Después de un intervalo dijo en inglés:

—Libro.

—¿Libro?

—¡Libro! —La exasperación en el débil susurro sonó tan parecida a Emerson que casi sonreí—. Libro. El libro inglés.

—Oh. Cuál...

—Me voy. —Habló en meroítico.

—¡Espere! Tengo preguntas, muchas preguntas.

—Serán contestadas. Me voy. Los guardias cambian... —¿?—... en mitad de la noche.

—¿Cuál es su nombre? ¿Cómo le puedo encontrar?

—Nadie me puede encontrar. Vivo solo porque nadie sabe mi nombre. —Se levantó ágilmente, anodino como una columna tallada en la oscuridad. Entonces se inclinó cerca de mi oído otra vez y hubo una insinuación de lo que podría haber sido risa en su voz cuando cuchicheó—, me llaman el Amigo de los Rekki.



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