El amigo del desierto by Pablo d’Ors

El amigo del desierto by Pablo d’Ors

autor:Pablo d’Ors [Ors, Pablo d’]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Filosófico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-12-31T16:00:00+00:00


LA TORMENTA DE ARENA

Septiembre —fecha de mi segundo viaje al Sahara— llegó para mí mucho antes de lo esperado. En aquella expedición fuimos también dieciocho, por lo que tuve que preguntarme si aquella coincidencia en el número de los viajeros —como tantas otras aparentes «coincidencias» de las que luego habría de percatarme— era una verdadera casualidad; me pregunté incluso si habría algo en aquella asociación que fuera pura y simplemente casual. Todos los participantes eran una vez más los mismos Amigos de siempre. Solo había uno a quien no conocía: un tal Vlk, quien —también «casualmente»— hizo a mi lado el trayecto hasta Praga.

—¿Pertenece usted a los Amigos del Desierto? —le pregunté, no bien estuvimos acomodados.

Nunca le había visto en ninguna asamblea.

Su respuesta me dejó estupefacto.

—Si quiere que le diga la verdad —dijo el joven—, no lo sé.

Me eché a reír, por fortuna con una risa más viril que la de Stubemann, quien se había cortado el pelo y cambiado de gafas, lo que daba a su rostro un aspecto muy diferente.

Vlk parecía asustado. Claro que era muy joven, sin duda el más joven de nuestro grupo. Me contó que estudiaba medicina y que residía en el barrio periférico de Kacerov, donde había conocido a los Amigos. También que tenía una novia de origen árabe llamada Marua, y que pensaban casarse en cuanto ambos terminaran sus respectivas carreras. Por mi parte, intervenía solo cuando mi silencio hubiera resultado maleducado o inoportuno.

Aquel joven quiso saber si yo era Amigo del Desierto desde hacía muchos años, así como si no estaría él llevando demasiado equipaje, puesto que los demás traíamos tan poco. También le intrigaba que todos habláramos en voz tan baja en el autobús. Vlk me resultó muy agradable, pero debo reconocer que entonces no fui con él particularmente afectuoso o acogedor. Todavía hoy no sé por qué.

Es curioso cómo el mismo escenario puede provocar sensaciones tan contrapuestas en quien lo contempla en situaciones diversas. Mi actitud durante mi anterior viaje había sido tan nefasta que, pese a ser ya la segunda vez que visitaba el Sahara, en ningún momento tuve la sensación de que había regresado.

De esta segunda expedición solo puedo decir que todo fue muy distinto y, a la vez, muy parecido a la primera. Parecido porque ni los hoteles de mi segundo viaje fueron más limpios, ni mejores las carreteras que nos conducían a ellos; y parecido también porque la sensación de equivocación que me asaltó la primera vez en el autobús a Praga, se repitió en cuanto desembarqué del avión en el aeropuerto de Argel. Es posible que no fuera exactamente una impresión de desolación y desvalimiento (como en el aeropuerto de Tánger, cuyo recuerdo se avivó entonces con increíble intensidad), sino mero cansancio: miedo a tropezar en la misma piedra y… —cómo decirlo— un sentimiento de cortocircuito interior. Pude sobreponerme gracias al joven Vlk.

—No me siento bien —dijo el muchacho, y se agarró a mi brazo para que le condujera al sector de recogida de equipajes.

Tenía el rostro desencajado.



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