El Último Dí­a by Glenn Cooper

El Último Dí­a by Glenn Cooper

autor:Glenn Cooper [Cooper, Glenn]
Format: epub
Tags: Narrativa Intriga Triller
editor: www.papyrefb2.net


Antes de que oscureciese se había coordinado un plan en el que participaban el FBI, la policía estatal y la de Boston. Minot se ocupó de resolver las cuestiones interdepartamentales y dejó la parte táctica a Cyrus y Avakian, que trazaron un plan de acción detallado minuto a minuto.

La policía rastreó la señal del móvil de Marcie Martell y lo localizó en Clark Street, una bocacalle de Hanover Street, en el North End de Boston. Tras peinar la zona en coche concluyeron que el origen de la señal debía de ser un edificio de apartamentos de cinco plantas, estrecho y de ladrillo, con solo diez viviendas.

Comcast, la compañía de teléfonos, accedió a cortar el servicio de cable a todo el edificio a las cuatro de la tarde. En cinco minutos, se recibieron tres llamadas informando sobre el problema. A Cyrus le hizo gracia la rapidez con que habían conseguido entrar: él y Avakian se enfundaron el uniforme de Comcast y entraron en el edificio.

Tuvieron libertad de movimientos por todo el edificio durante casi una hora. Dibujaron un croquis y colocaron micrófonos. Sospecharon sobre todo de una de las viviendas del ático, a la que una mujer les había negado con enojo la entrada. En la azotea buscaron puntos de acceso desde los edificios colindantes y tomaron fotos que ayudasen a concretar el plan de rescate.

Luego se marcharon y ordenaron reponer la señal de cable.

Dos horas después dieron instrucciones a Martell de que llamase a su mujer para confirmar que se encontraba bien. Estaba cansada pero nada más. Lo más importante es que el equipo del FBI que permanecía a la escucha recibió el tono de llamada por el micro ubicado ante la puerta del apartamento nueve, ático interior.

A las once de la noche, un coche aparcaba en el aparcamiento vacío de Chemotherapeutics. Era el Kia de Martell, conducido por John Abruzzi. Estaba solo. Cuando tocó a la puerta de vidrio, Martell salió y le entregó una botella de plástico llena de polvo. Un francotirador de la policía estatal tenía a Abruzzi en su mira de visión nocturna. La orden era disparar ante cualquier indicio de que fuese a atacar al químico. Pero el intercambio transcurrió sin incidentes.

—La primera botella estuvo bien, al menos eso es lo que nos han contado esos yonkis —bromeó Abruzzi. Desde el otro lado del micrófono que Martell llevaba pegado al cuerpo se oía todo perfectamente.

—¿Vais a soltar a mi mujer y a mi hijo? —preguntó Martell.

—Dentro de poco. Vuelve a tu casa y espera. Y mantén la boca cerrada sobre todo esto. Sabemos dónde encontrarte. No hagas el tonto. Cuando necesitemos más, la próxima vez, quizá te paguemos. No cometas ninguna estupidez y te harás un favor a ti mismo.

En el aparcamiento apareció otro coche.

Abruzzi lanzó a Martelli las llaves de su Kia, se subió al otro coche y desapareció en él.

Cyrus estaba en el interior del edificio de la empresa, mirando a través de los estores de una sala con las luces apagadas.



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