Ebrio de enfermedad by Anatole Broyard

Ebrio de enfermedad by Anatole Broyard

autor:Anatole Broyard [Broyard, Anatole]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: 13insurgentes
publicado: 2013-03-08T16:00:00+00:00


5. La literatura de la muerte, 1981-1982

LA LITERATURA DE LA MUERTE

I

En los años sesenta, los libros nos decían cómo rescatar nuestras identidades de las crisis padecidas, cómo «realizarnos», cómo ramificar nuestro comportamiento sexual. En los setenta y en los ochenta ha habido una oleada de libros en los que se nos dice cómo morir. Nuestra angustia ha avanzado del mero incidente a lo definitivo. Presa de nuestra impaciencia, hemos atravesado la vida y hemos llegado a la muerte, que parecería ser así nuestra «mueca acelerada».

Hubo un tiempo en este siglo en el que la muerte era un tema tan prohibido, una excitación tan reprimida, que Geoffrey Gorer escribió un ensayo titulado «La pornografía de la muerte». Ahora es posible que estemos llevando la pornografía al otro extremo, al exhibicionismo morboso y a «la emoción de la muerte». Tomamos lecciones para morir como tomamos lecciones para dar a luz, o tal como posamos o nos componemos para una fotografía, que Roland Barthes en su Camera lucida llama una «micro versión» de la muerte.

En El hombre ante la muerte, Philippe Ariès habla de «la muerte domesticada», en la cual el respaldo y la participación de la comunidad integran la muerte en el flujo de la vida. La autoridad y la presencia de la comunidad suavizan el impacto de la muerte, pues el término más melancólico de la tanatologia es «soledad».

Hacia el siglo XVII, según los cálculos de Ariès, la gente empezó a preocuparse de manera bastante obsesiva por su mortalidad, y desde entonces no han dejado de hacerlo. Empezaron a protestar como si fuese algo antinatural, una obscena tomadura de pelo a la que nos sometía la naturaleza. «La muerte indómita» pasó a ser vista no como compleción, sino como una contradicción de la vida, una supresión nada ceremoniosa del individuo. La comunidad volvió la espalda, y el moribundo tuvo que afrontar a su terrible adversario por su cuenta.

En «la bella muerte» del siglo XIX, sugiere Ariès, el drama del moribundo aislado, sin apoyo de ninguna clase, dio pie a que se le tratase de manera romántica. El romanticismo siempre ha tenido debilidad por los moribundos, por el escalofrío mórbido, por lo inefable. La muerte, de hecho, es la metáfora preferida del romanticismo, la escena más grandiosa, el clímax de la vida. Se confunden la pena y la tragedia y, como diría Mario Praz, la muerte pasa a ser la definitiva agonía del romántico.

Con el siglo XX llegamos a lo que Ariès denomina la muerte «sucia», «obscena» o «invisible», un acontecimiento que tiene lugar en los intersticios de la tecnología. El actual aluvión de libros que tratan de la muerte, sostiene, representa nuestro empeño por controlar ese «salvajismo» reavivado.

No todos los escritores que se han ocupado de la muerte comparten esta desoladora visión. A pesar de toda su brillante erudición, Ariès puede ser una especie de romántico cuando trata el tema de la muerte. Los mejores expertos franceses en ciencias sociales tienen todos algo de poète manqué, e incluso maudit.

En el extremo



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