Duelo de reyes by Gorka Eceolaza Zabalza

Duelo de reyes by Gorka Eceolaza Zabalza

autor:Gorka Eceolaza Zabalza [Eceolaza Zabalza, Gorka]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2015-10-31T16:00:00+00:00


TENKOLMAR SE LEVANTA

La insondable oscuridad que acompañaba a las noches sin luna no era la misma en las estribaciones septentrionales de las Montañas Blancas. Las primeras nieves del otoño habían bañado de un blanco níveo las laderas montañosas al resguardo de las cuales transitaba la compañía de norteños comandada por Simas. El sol se había hundido en el oeste con el ocaso, incendiando con sus últimos destellos de un color rubí los escarchados campos del norte.

La compañía procedente de la Batalla de Eloburgo había cruzado sin contratiempos los Valles Solitarios para después remontar hasta las Montañas Blancas y dirigirse a Sildenburgo. Esa noche, bien entrada la madrugada, alcanzarían el burgo más meridional de las Tierras Frías. Los norteños anhelaban dormir al abrigo de un techo, comer carne crujiente y aceitosa asada en un espetón, beber una buena jarra del áspero vino del norte y, por qué no, un buen trago de su codiciado licor de fuego.

Cuando el sueño comenzaba a emboscar a la silenciosa compañía bajo el frío manto estrellado, las llamas de media docena de antorchas que circundaban el burgo irradiaron su fulgor sobre los campos blanquecinos, tiñéndolos de amarillo como si el amanecer acudiera a darles la bienvenida.

—Las luces del norte, imperecederas y fugaces, visibles y ocultas —susurró con añoranza Simas.

Con un penetrante silbido, los exploradores que se habían adelantado a la compañía, confirmaron que el burgo dormía tranquilo. Envueltos en un completo silencio, que ni siquiera los caballos osaron romper con un relincho, Simas y sus hombres llegaron como sombras furtivas a Sildenburgo. El líder de Tenkolmar se dirigió a la cabaña de Dinara, en la cual, lunas atrás, se reencontró con el fantasma de su amigo Gródolas. La buena de Dinara, quien tenía un sueño ligero, se despertó en cuanto escuchó los golpes en la puerta de entrada. Abrió la puerta de su cabaña envuelta en una gruesa manta de lana y, cuando contempló el rostro de Simas frente a ella, se abrazó fuertemente al norteño, a quien aquellas efusivas muestras de cariño pillaron por sorpresa. Tal fue el énfasis que puso Dinara, que no se percató que la manta se le había desprendido de los hombros, por lo que cuando se separó de Simas tras el caluroso abrazo, su cuerpo sólo quedó cubierto por un largo camisón de tela de color crema. Cuando Simas y los hombres que le acompañaban la miraron, Dinara no se ruborizó.

—¿Es que no habéis visto nunca a una mujer en paños menores? ¿Sólo por estar unas lunas guerreando y durmiendo entre árboles, pájaros y montañas, me miráis como si fuera una bella doncella? Pasad desdichados. Un buen lechón y una jarra de vino sanarán esas fiebres, ¡ja, ja, ja! Y vosotros os hacéis llamar hombres del norte. ¡Ja, ja, ja! —y rió a carcajadas invitándoles a entrar al calor de la posada, mientras Simas y sus hombres eran los que sentían el fuego del rubor en sus rostros.

Los norteños no rechazaron la invitación de Dinara, pues la travesía bajo el cielo raso les había dejado ateridos de frío.



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