Dormir en tierra by José Revueltas

Dormir en tierra by José Revueltas

autor:José Revueltas [Revueltas, José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1960-01-01T00:00:00+00:00


EL LENGUAJE DE NADIE

Para Andrea

La gran epidemia de tifo que asoló de modo tan cruel a la región tuvo un origen muy humilde, lo que sin duda fue causa de que nadie en la hacienda le concediera la menor importancia, mirando aquello como un suceso habitual e intrascendente.

La cosa es que la mujer de Carmelo, el peón más pobre no sólo de la hacienda sino de todos los contornos, enfermó. Sin embargo, el primero en morirse fue El Gurrión, un perro perteneciente al matrimonio, llamado así por el color de su pelambre, casi tan amarillo como el de los gorriones, y que entregó su alma al dios de los perros en medio de terribles y lastimeros estremecimientos, mientras arrojaba por el hocico un líquido muy feo. Lo siguió poco después Prudenciana, la mujer de Carmelo, con muy parecidas convulsiones y el mismo líquido del perro, que le salía de la boca espeso y maloliente. Nadie le dio importancia a estas dos muertes.

Sin derramar una sola lágrima, Carmelo se dispuso a dar cristiana sepultura a su mujer, y por cuanto al perro decidió enterrarlo junto con ella.

«Pues no señor —se dijo Carmelo después de haber echado la última paletada de tierra sobre el cuerpo de su mujer, antes de abandonar el cementerio—, el que Prudenciana se haiga muerto no quiere decir que yo vaya a quitar el dedo del renglón y deje de terquearle a doña Quilina que me arriende a medias esa miseria de tierrita que naiden aprovecha.»

Le había puesto el ojo desde mucho tiempo atrás, para sembrar ahí como mediero —o sea con la obligación de entregar media cosecha a doña Aquilina, la propietaria de la hacienda—, a una estrecha faja de tierra pedregosa, áspera, lo peor que pudo haber encontrado, una verdadera miseria como él mismo decía, precisamente con la mira de que, por ser un trozo de tierra despreciable y ruin, doña Aquilina no se lo negara.

—¡A ver, a ver! —exclamó doña Aquilina con el aire astuto—. ¿Cómo está eso de que quieres esas tierras que pintas tan espantosas? ¿Cuándo se ha visto que alguien prefiera lo malo a lo bueno? Algo de mucho valor debe haber ahí, que tú sólo sabes, y que me tratas de ocultar.

El busto de la anciana se había sacudido con una risita interior, una risita llena de experiencia y malignidad, en la que se adivinaba que ni el más listo podía engañarla, así se tratara de este indio ladino.

Carmelo sintió algo muy raro y muy triste por dentro, como con ganas de llorar, una soledad inmensa, al darse cuenta de que no disponía de palabras para darse a entender de doña Aquilina; que sus palabras eran otra cosa y siempre serían entendidas en un sentido opuesto en virtud de quién sabe qué extraña y desgraciada maldición que lo perseguiría por toda la vida, tal vez la maldición de ser tan pobre, el más pobre de todos los pobres de que se pudiera hablar.

—Es que para mí es güeno hasta lo más



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