Disparando cocaína by Pedro Casals

Disparando cocaína by Pedro Casals

autor:Pedro Casals [Casals, Pedro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga, Novela
editor: ePubLibre
publicado: 1986-01-14T16:00:00+00:00


CAPÍTULO 19

En cuanto el doctor Zamora consiguió hablar con Jorge Cienfuegos para darle la escueta noticia: «Gregorio Liñán ha desaparecido», los carbones de los ojos del antioqueño adquirieron un fulgor invernal.

Recibió la noticia a media mañana en la habitación del «Palace», mientras en mangas de camisa ordenaba la documentación para el traslado del cuerpo de Hugo.

Silvia acababa de vestirse con el pantalón de cuero color tabaco y le estaba observando mientras pensaba: «Tengo que pedir un coche. No quiero llegar tarde al “Villamagna”. A Óscar le hace ilusión que le acompañe al aeropuerto».

Ella se apercibió de que ocurría algo inquietante, más por el cambio de expresión de Jorge que por las contadas palabras que pronunció.

Desde la muerte de su hermano los ojos de Cienfuegos habían perdido vida. Aquella misma madrugada se enteró de la muerte del chófer como si le hablaran de las peripecias de una guerra exótica.

Ante la nueva luz del rostro de Jorge la chica se dijo: «¿Qué Pasará…? Sea lo que sea, por lo menos le hace vibrar».

El humo del cigarrillo de Virginia, que Silvia fumaba con inhalaciones rápidas y profundas, se mezclaba con los aromas a café y tostadas que aún persistían en el aire. La música ambiental cumplía su función de amenguar el horror al vacío y el aire acondicionado sonaba rumoroso, sordo y civilizado.

Cienfuegos dejó caer el auricular y dijo:

—Si es lo que imagino…

—¿Qué pasa? —preguntó ella mirándole con fijeza.

—Liñán ha desaparecido.

—¿Cómo?

—Tenía que regresar a la «Vital» ayer por la noche y no lo hizo. Aún no ha vuelto a aparecer.

—¿Qué sospechas?

—Ya sabes quién es Liñán… El hijo de una sucursal de Rómulo Alcántara. Una excabaretera con la que pasa más tiempo que con la mujer oficial.

—Gregorio Liñán no es más que un pobre chaval que se ha pasado siempre con la coca.

Jorge Cienfuegos se apoyó en la pared, llevándose la mano a la nuca:

—¡La maldición de nuestras grandes familias…! Hijos descerebrados por abuso de droga. —Lo dijo en el mismo tono que emplearía un distribuidor de vinos quejándose de las borracheras de su hijo—. Parecía que la adversidad nos iba haciendo menos rivales… ¡La vieja enemistad Alcántara-Cienfuegos! Y, ahora, ¿cómo se explica la desaparición del muchacho?

—¿Qué quieres decir?

—Alguien tuvo que dar detalles sobre los movimientos de Hugo. Su asesino sabía que el sábado pisaría la calle de nuevo. Ese alguien debía de conocerse al dedillo la «Vital» y sus normas.

—Pudo ser Gregorio Liñán… u otro.

—Su desaparición da que pensar.

Jorge Cienfuegos hundió los puños en los bolsillos del pantalón y anunció con voz rota:

—Si llego a obtener una sola evidencia que implique a Rómulo Alcántara en lo de Hugo…

Se interrumpió y se quedó ensimismado con aire adolorido:

—Hay que ir hasta el fondo del asunto. —Con voz crispada se preguntó—: ¿Quién mató a Hugo? ¿Por cuenta de quién? ¿Por qué?

—Lo aclararemos. Ya lo verás.

—Lo aclararé. Te lo aseguro.

Silvia jugueteó con la cucharilla de oro del colgante y le hincó los ojos de aguas verdeazuladas:

—Jorge, lo de Hugo te ha caído como un hachazo… Pero no me excluyas.



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