Diarios de Grasmere y Alfoxden by Dorothy Wordsworth

Diarios de Grasmere y Alfoxden by Dorothy Wordsworth

autor:Dorothy Wordsworth [Wordsworth, Dorothy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2002-05-15T16:00:00+00:00


IV. CUARTO CUADERNO: DEL 4 DE MAYO DE 1802 AL 16 DE ENERO DE 1803

Martes, 4 de mayo. William ha dormido muy bien, aunque se acostó nervioso y hastiado, al final el sueño ha sido reparador. Copié The Leech Gatherer [El recolector de sanguijuelas][146] para él, un poema que empezó la noche anterior, y del que ha compuesto varias estrofas metido en la cama. Hacía mucho calor, llamamos a la puerta del señor Simpson cuando pasamos por delante de su casa, pero no llegamos a entrar. Leímos y releímos The Leech Gatherer. Al llegar a la cima de la montaña estábamos casi derretidos. Vimos a Coleridge en la orilla del río que da a Wytheburn, cruzó el Beck para saludarnos. El señor Simpson estaba pescando allí mismo. William y yo tomamos el pequeño almuerzo y después nos dirigimos hacia la cascada. Encontramos una gloriosa y salvaje soledad bajo el elevado peñasco púrpura. Parecía elevado por la propia fuerza de su personalidad, proyectaba una sombra como una masa, rodeada de sol. Seguimos adelante. Vimos volar un pájaro en lo alto del peñasco, daba vueltas con una finura y una transparencia que recordaban la forma y la manera de moverse de una polilla. Subimos por la montaña, buscamos una sombra, pero fue en vano, así que nos dirigimos al pie de la gran cascada. Descendimos y descansamos sobre una roca llena de musgo que parecía flotar sobre la corriente del río. Allí mismo comimos y nos quedamos acostados hasta las cuatro, quizá un poco más tarde. William y Coleridge se recitaron y leyeron versos. Bebí un poco de aguardiente con agua, me sentí en el mismísimo cielo. La cornamenta del ciervo es muy hermosa cuando sorprendemos la ágil silueta del animal saltando entre las cascadas. Los fresnos de montaña están verdes. Tomamos el té en una granja cercana. La mujer no nos trató con demasiada simpatía, pero al menos era una persona civilizada. Tenía un hermoso hijo de un año al que amamantaba. Nos despedimos de Coleridge en el peñasco de Sara, antes estuvimos buscando las letras que C. grabó por la mañana. Les eché de menos a todos. William hizo más profunda la letra T con la pluma de C. Después nos sentamos junto al muro, vimos la puesta de sol, y los hermosos reflejos sobre el agua inmóvil. C. parecía encontrarse bien, se despidió de nosotros con un semblante alegre, saltando sobre las piedras de la orilla. En el Raise nos encontramos a una mujer con dos niñas, a una la llevaba en brazos, la otra, de unos cuatro años, iba caminando a su lado, formaban un conjunto muy hermoso, pero parecían medio muertas de hambre. La niña llevaba un par de zapatillas que debieron pertenecer a uno de sus hermanos varones; las suelas estaban tan desgastadas que no debía ser sencillo sostenerse encima de ellas. ¡Pobre criatura! Tan jovencita como era y ya caminaba de la manera más cuidadosa posible. Por desgracia también era demasiado joven para viajar en tales condiciones.



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