Deudas pendientes by Antonio Jiménez Barca

Deudas pendientes by Antonio Jiménez Barca

autor:Antonio Jiménez Barca [Jiménez Barca, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2005-05-21T04:00:00+00:00


6

Roche dejó al otro policía vigilando abajo en el portal y esperó a estar sentado en mi sofá para soltarlo:

—Sabemos quién te persigue.

El tono culpable de la voz me recordó el que emplean algunos médicos cobardes para comunicar la enfermedad incurable de un pariente.

—Usted me dijo hace unas horas que no me perseguía nadie. Que el coche pertenecía a un tal Hernán, y que el tal Hernán estaba limpio y era inofensivo. Eso dijo exactamente: inofensivo.

Me miró desde abajo, hundido en el sofá desbaratado y viejo de mi casa, plantado en el centro de la habitación vacía.

—Nos precipitamos —señaló, en voz muy baja.

—¿Y qué hago ahora, Roche?

—No te vamos a dejar solo, eso para empezar. Así que no te preocupes —se apresuró a precisar de una forma que sonaba a disculpa.

Y con ese hilo de voz ronca que me obligaba a agacharme para entenderle, Roche me explicó que el Renault 21 rojo pertenecía efectivamente a Manuel Hernán Iglesias, dueño de una floristería mediana de un barrio del norte.

—Y como te dije, Hernán está limpio y es inofensivo. Eso es lo primero que miré en el archivo cuando llamaste: no tenía antecedentes. Pero insististe tanto, tenías tanto miedo, asegurabas con tal certeza que en verdad te habían seguido que para tranquilizarte tú y tranquilizarme yo también llamé al tal Hernán en cuanto dejé de hablar contigo. Casi se me atraganta el cigarro cuando me explicó que hacía poco le habían robado el coche, que ni tiempo había tenido de poner la denuncia y que no entendía del todo cómo la policía le llamaba antes de dar parte.

Tras colgar, Roche ordenó a la centralita alertar a todos los agentes que patrullaban a esas horas por Madrid para que dieran el alto al Renault si se topaban con él. Añadió que el automóvil encerraba, probablemente, pistas para aclarar un asesinato reciente. Tal vez el otorgar rango de crimen de primer orden al hallazgo del coche estimuló a los policías, porque mientras yo escuchaba a Arturo hablar de Trendy en La Rueda, una pareja de municipales localizaba el coche correctamente aparcado delante de una iglesia, en el barrio de Prosperidad. El inspector envió allí a los mejores rastreadores de huellas de la policía científica. Registraron al milímetro el coche, y en una esquina del salpicadero, entre las del bueno de Hernán, descubrieron huellas de otras dos personas que no pertenecían a la familia del dueño de la floristería. Las examinaron cuidadosamente más tarde en un laboratorio especializado, confrontándolas con la lista informatizada de huellas de fichados de los archivos policiales.

—Y aquí están —dijo Roche, mientras hurgaba con la mano en el bolsillo de su americana donde yo creía que guardaba la pistola. Sacó un sobre amarillo que contenía dos retratos del tamaño de una cuartilla tomados de frente. El primero pertenecía a un hombre barbudo, de treinta años más o menos, de ojos negros y mirada apagada, tristona, casi bonachona. El segundo era rubio, delgado, con los ojos muy claros, inteligentes y nocivos—. El moreno se llama Alejandro Ribeiro —explicó Roche—.



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