Delta de Venus by Anais Nin

Delta de Venus by Anais Nin

autor:Anais Nin
La lengua: es
Format: mobi
Tags: home_sex
ISBN: 9788402062208
publicado: 1968-12-31T23:00:00+00:00


El vasco y Bijou

Era una noche lluviosa; las calles, como espejos, lo reflejaban todo. El vasco tenía treinta francos en el bolsillo y se sentía rico. La gente le decía que a su ingenua y cruda manera era un gran pintor; no se daba cuenta de que copiaba de tarjetas postales. Le habían dado treinta francos por su último cuadro; se sentía eufórico y deseaba celebrarlo. Buscaba una de esas luces rojas que significan placer.

Abrió la puerta una mujer de aspecto maternal y casi de inmediato dirigió su mirada a los zapatos del hombre, pues juzgaba a partir de ellos cuánto podría permitirse pagar por su placer. Luego, para su propia satisfacción, sus ojos se detuvieron un momento en los botones del pantalón. Las caras no le interesaban; durante toda su vida había tratado exclusivamente con esa región de la anatomía masculina. Sus grandes ojos, aún brillantes, miraban de una forma especialmente penetrante hacia el interior de los pantalones, como si pudieran calibrar el tamaño y peso de las posesiones del hombre. Era una mirada profesional. Le gustaba emparejar a la gente con más perspicacia que otras dueñas de prostíbulo. Sugiriendo combinaciones tenía más experiencias que una vendedora de guantes. Incluso a través de los pantalones, podía medir al cliente y suministrarle el guante perfecto, el que le ajustara a la perfección. El placer no existía si el guante era demasiado ancho, ni tampoco si era demasiado estrecho. Maman pensó que la gente ya no se daba cuenta de la necesidad de un perfecto ajuste. Le hubiera gustado divulgar sus conocimientos, pero tanto los hombres como las mujeres eran cada vez menos cuidadosos, se preocupaban menos que ella por la exactitud. Si un hombre de ahora se encuentra bailando en un guante demasiado ancho, moviéndose en él como por un piso vacío, se las arregla como mejor puede. Deja que su miembro se agite a uno y otro lado, como una bandera, y se corre sin el verdadero y apretado abrazo que inflama las entrañas. O bien lo desliza después de haberlo ensalivado, empujándolo como si tratara de pisar bajo una puerta cerrada, apurándose en los estrechos contornos y encogiéndose más para poder permanecer allí. Y si a la muchacha se le ocurre echarse a reír a carcajadas de placer o porque lo simula, él queda inmediatamente desalojado, pues falta lugar para las contracciones que provoca la risa. La gente estaba perdiendo su conocimiento de las uniones adecuadas.

Sólo después de haber mirado fijamente los pantalones del vasco, Maman le reconoció y sonrió. El vasco, es cierto, compartía con Maman esa pasión por los matices y a ella le constaba que no quedaba satisfecho con facilidad. Poseía un miembro caprichoso. Enfrentado con una vagina tipo buzón, se rebelaba. Si tenía que habérselas con un tubo astringente, retrocedía. Era un buen connoisseur, un gourmet en materia de joyeros femeninos. Le gustaban ribeteados de terciopelo y acogedores, afectivos y adherentes. Maman le miró más detenidamente que a otros parroquianos. Le gustaba el vasco,



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