Del coscorrón a la seda by Alfonso Ussía

Del coscorrón a la seda by Alfonso Ussía

autor:Alfonso Ussía [Ussía, Alfonso]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2003-10-31T16:00:00+00:00


EL HUMOR EN LA ALTA POLÍTICA

El 26 de febrero de 1981 amaneció en Londres entre grises y blancos de neblina. Poco a poco, el velo de la niebla fue disipándose y un sol extraño, invernal y claro atravesó los cristales de la estación Victoria. Allí, los rojos vivos, los oros centelleantes, las brillantes corazas y cascos de los Dragones de la Reina y la Guardia Real, daban a la estación londinense un color de otro siglo. Llegaba a Londres en visita oficial el primer presidente de la Portugal democrática, ya superado el trance ambiguo de la revolución de los claveles. Y en homenaje a las siempre fraternales relaciones entre el Reino Unido y Portugal, la Reina de Inglaterra superaba las estrecheces protocolarias y se aprestaba a recibir a su excelencia el general Antonio Ramalho Eanes, presidente de la República portuguesa, alto y estirado como un álamo, melancólico como un fado y más triste que un pinar cuando anochece. Había aterrizado en Gatwick una hora antes y a punto se hallaba el tren especial que de allí le traía de hacer su entrada en la estación Victoria. Allí estaba el tren. Todos firmes y la Reina aguardando en el andén. Por mucha emotividad que se presuma y por antigua que fuera la amistad de ambos estados, un saludo entre la reina Isabel II del Reino Unido y el presidente Ramalho Eanes podría alcanzar, en su más alto nivel de emotividad, al de un encuentro en aguas de Terranova de un lenguado y una merluza. Después del frío, pero cordial saludo, y tras pasar revista a los batallones de la Guardia Real, los lanceros y los Dragones de la Reina, ambos mandatarios abandonaron la estación Victoria en la carroza de Su Majestad Estación Victoria, Trafalgar Square, el Mall y el Palacio de Buckingham. La carroza marchaba tirada por ocho espectaculares caballos negros, uno de los cuales, al tomar una curva en Trafalgar Square, se fue de sus partes traseras y se tiró un pedo tan grande como la abadía de Westminster. El hedor, dulzón y perverso del aire escapado del caballo, entró de lleno en la carroza real. La Reina, como anfitriona, se disculpó. El presidente Eanes aceptó las disculpas: «No se preocupe vuestra majestad, porque yo creía que había sido un caballo». Se lo dijo en inglés, aunque en portugués queda más sonoro: «Nao se preocupe vosa majestade, que eu creía que había sido un cavalho». Así pasó, así sucedió, y así se lo contó la Reina de Inglaterra a un reducidísimo grupo de amigos. Entre estos estaba el Rey, que se lo contó divertidísimo a Don Juan, su padre, que a su vez me lo narró a mí. Pedí permiso para escribir, y Don Juan me lo concedió siempre que no señalara el camino de la información. Lo hice, y al día siguiente de aparecer mi artículo en el Diario 16 de Madrid, todos los periódicos de Portugal lo reprodujeron. Fui llamado por el embajador de Portugal en España, que se interesaba por la información.



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