De un infierno a otro by Elliot Dooley

De un infierno a otro by Elliot Dooley

autor:Elliot Dooley
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Novela
publicado: 1983-11-23T23:00:00+00:00


CAPÍTULO V

Era un horizonte ilimitado. Sólo se veía mar en toda la extensión a que alcanzaba la vista. Y un hombre solo, nadando.

Nadando hasta el agotamiento.

El capitán Keisuke Mihashi, comandante de la primera Fuerza Operativa Japonesa, era el hombre que se encontraba perdido en la inmensidad del mar. El único superviviente del grupo de luchadores fanáticos.

«Nuestras hazañas en las Filipinas podrán ser repetidas por otros, quizá superadas… Pero ¡ninguno de la 1.ª F. O. J. podrá volver a entrar en acción! ¡Todos han muerto, menos yo!».

Keisuke dio unas cuantas brazadas. Seguía adentrándose en el mar. No se veía tierra por ningún lado. Sobre eso ya no alimentaba ningún temor. En realidad, el miedo no tenía cabida en su pecho. Lo único que había odiado era caer prisionero en manos de los enemigos, que éstos lo torturasen o le diesen alguna inyección para obligarlo a hablar.

«¡Prefiero morir, antes que delatar los planes de mis jefes! ¡Primero la muerte que la delación!».

Y eso es lo que estaba aguardando el capitán Keisuke Mihashi: ¡La muerte! Esperaba ver aparecer cerca de él la aleta triangular de un tiburón y sentir luego la mordedura del escualo. El oficial japonés se recreaba con lo que sería su muerte. Una muerte que a otro hombre lo hubiera llenado de horror, sólo de pensar en ella, pero que a él le producía estremecimientos de placer.

«¡La muerte será la liberación definitiva y total!».

De repente, en la superficie del agua se notó algo así como una fuerte marea. Se produjo un oleaje que parecía proceder de un punto situado a varios centenares de metros de donde se encontraba el capitán.

«Un remolino… Ése puede ser también un buen final».

Keisuke Mihashi nadó con suavidad hacia el lugar de donde procedían las oleadas de espuma. Pero sólo pudo hacerlo durante una docena de metros. Un monstruo de acero surgió del agua y alzó su proa sobre la superficie. Luego la dejó caer, hendiendo el mar, hasta posarse y quedar inmóvil, flotando.

¡Un submarino!… ¡Y es japonés!

El capitán Mihashi no podía creer en su buena suerte. Lo había dado todo por perdido. Había aceptado la muerte, considerándola preferible a la deshonra de traicionar a sus jefes bajo la tortura, y ahora… Allí se mecía, majestuosamente, una de las unidades niponas que podía salvarlo.

«Haré señales para que me recojan, y luego podré volver a entrar en acción. Los tenientes Kogure, Yoshimura, Shindo, y todos los demás componentes de la 1.ª F. O. J. serán vengados. ¡Lo juro! ¡Y seré yo quien lleve a cabo esa venganza!».

El submarino estaba ya inmóvil en la superficie. De la torreta saltaron varios marineros que corrieron a situarse junto al cañón de proa. El equipo de vigilancia se instaló en la torre. Con sus prismáticos empezaron a otear el horizonte.

El capitán Mihashi había dejado ya de formular juramentos de venganza. Agitaba los brazos en señal de petición de auxilio. Sus gestos eran cada vez más desesperados. ¡Ya no se resignaba a la muerte! ¡Ahora quería vivir!

Uno de los serviolas descubrió aquellos movimientos.



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