Dar Akobba by Emilio Mola Vidal

Dar Akobba by Emilio Mola Vidal

autor:Emilio Mola Vidal [Mola Vidal, Emilio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1940-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO XII

¡13 de septiembre!

El día 11 a media mañana se nos presentó en Dar Akobba el batallón de Figueras, el cual, a pesar de traer un par de vacas facilitadas por el Uafi —vacas con más huesos que carne—, nos puso en un verdadero aprieto, ya que en aquellas circunstancias un aumento de 2 jefes, 20 oficiales y 435 individuos de tropa más 55 semovientes que integraban dicho batallón, constituía, en orden al racionamiento, un problema de muy difícil solución; sin embargo, como existían buenos deseos por parte de unos y de otros, hicimos un cálculo y la ración se redujo otra vez.

Fernando Cirujeda se mostró contentísimo por unirse a nosotros y apenado por no haber podido traer consigo la compañía destacada en Kalaa bajo, que se hallaba en muy crítica situación, ya que las acometidas de los harqueños eran constantes, de víveres andaba mal y de agua peor. A pesar de todo, Fernando Cirujeda era un optimista. Reconocía que aquello estaba muy mal, rematadamente mal, pero creía firmemente que la incomunicación sería cosa de muy pocos días, pues don Miguel —que así designaba él al general Primo de Rivera— era un «tío» de grandes arrestos, de indiscutibles méritos y capaz de movilizar al mundo entero antes de dejamos abandonados a nuestra suerte. Precisamente había ido a Tetuán con el decidido propósito de salvamos. Él —Cirujeda— sabía muchas cosas, muchas, tomadas de acá y de allá, aunque reconocía que más sabía el coronel Cabanellas; pero éste era un «gachó» que no soltaba prenda ni a su padre. Después de todo hacía bien, porque hay que ver la que se hubiera armado si llega a contar que en Tetuán habían estado casi a punto de darnos por perdidos. Por fortuna ya no había cuidado: ¡Don Miguel, el gran don Miguel, nos salvaría!… Una buena mañana veríamos por esos montes del frente aparecer y desbordarse la gran columna con él a la cabeza, y con Castro Girona, que también había llegado a Tetuán para tomar parte en las operaciones, columna que a nosotros se nos antojaría de un nuevo ejército; pues tenía la seguridad de que vendrían en ella los más grandes cañones vistos en la Guerra Europea, ya que don Miguel habría adquirido todo lo necesario para acabar de una vez para siempre con la vergüenza de Marruecos; porque todo aquello que estaba allí ocurriendo era una vergüenza de la cual nosotros, los militares, éramos las víctimas sin ser los culpables. No toleraba se tomase cuanto decía a pitorreo; los hechos confirmarían sus predicciones; él creía en Dios y en don Miguel, Su fe en uno y otro le decía no debíamos preocuparnos. Por su parte, pensaba pasarlo de perlas mientras hubiera algo que fumar y no le faltase el bicarbonato; sin bicarbonato, R. I. P.

El carácter jovial y los optimismos un tanto fantásticos de Fernando Cirujeda no diré nos alegraban, ni menos nos convencieran; pero sí nos servían de distracción, y esto era ya bastante. Sin embargo, la realidad tenía tal fuerza de tragedia, que no era posible olvidarla.



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