Cuna de gato by Kurt Vonnegut

Cuna de gato by Kurt Vonnegut

autor:Kurt Vonnegut [Vonnegut, Kurt]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Ciencia ficción, Relato, Humor
publicado: 1962-12-31T23:00:00+00:00


66

Lo más sólido que existe

No estaba muerto.

Pero su aspecto habría sido ciertamente el de un muerto, si no hubiese sido porque de vez en cuando, en el transcurso de toda aquella muerte aparente, daba unas sacudidas estremecedoras.

Frank gritó enérgicamente que «papá» no estaba muerto, que no podía estar muerto. Se puso frenético.

—¡«Papá»! ¡No puede morir! ¡No, no puede!

Frank le aflojó el cuello y la casaca. Le frotó las muñecas.

—¡Háganle aire! ¡Háganle aire a «papá»!

Los pilotos de los cazas acudieron corriendo en su ayuda. Uno tuvo el suficiente sentido común para ir a buscar la ambulancia del aeropuerto.

La banda de música y el guardia de color, que no habían recibido ninguna orden, permanecieron temblorosamente atentos.

Busqué a Mona. Vi que seguía serena y que se había retirado a la barandilla de la tribuna. La muerte, si es que iba a haber alguna muerte, no le asustaba.

Un piloto estaba de pie junto a ella. No estaba mirándola, pero tenía una brillantez sudorosa que yo atribuí al hecho de tener a Mona tan cerca.

En ese momento, «papá» recuperó algo parecido a la conciencia. Con una mano que daba aletazos como un pájaro cautivo, señaló a Frank.

—Tú... —dijo.

Nos quedamos todos callados para oír sus palabras.

Sus labios se movían, pero no podíamos oír más que unos borbotones.

Alguien tuvo lo que entonces pareció una maravillosa idea, y lo que visto ahora parece una repugnante idea. Alguien, creo que un piloto, sacó el micrófono de su soporte y lo sostuvo junto a los labios balbucientes de «papá» para amplificar sus palabras.

De modo que en los nuevos edificios rebotaron los estertores de la muerte y toda clase de gorgoritos espásticos.

Y acto seguido llegaron las palabras.

—Tú —le dijo a Frank con voz ronca—, tú, Franklin Hoenikker, tú serás el próximo presidente de San Lorenzo. La ciencia, tú conoces la ciencia. La ciencia es lo más sólido que existe—. La ciencia —dijo «papá»—. El hielo. —Sus ojos amarillos le dieron vueltas y volvió a desmayarse.

Yo miré a Mona.

Su expresión no había variado.

Las facciones del piloto que tenía a su lado, sin embargo, presentaban la rigidez orgiástica y catatónica de alguien que recibe la medalla de honor del Congreso.

Bajé la mirada y vi lo que no debía ver.

Mona se había quitado una sandalia, y tenía su piececito moreno al descubierto.

Y con ese mismo pie sobaba y requetesobaba, de un modo obsceno, el empeine de la bota del aviador.



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