Cuidado con las curvas by A. A. Fair

Cuidado con las curvas by A. A. Fair

autor:A. A. Fair [Fair, A. A.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1955-12-31T16:00:00+00:00


HELEN Manning se había emperifollado para nuestra cita. Tenía gusto para elegir su ropa. Había estado en un «salón de belleza», y mostraba ese algo indefinido que permite a ciertas mujeres llevar vestidos que parecen modelos parisienses.

Nos tomamos un par de cócteles, y cuando llegó el momento de pedir la cena, representó la acostumbrada comedia de fijarse mucho en lo que iba a comer, para conservar la línea; pero se rindió fácilmente al camarero, al menú, y a mis sugerencias. Empezó por un cóctel de langosta; luego, una sopa de tomate, un filete «mignon», ensalada de aguacate y toronja, una patata asada, y de postre, un pastel de fruta.

Después fuimos a su piso, y allá sacó una botella de licor de menta. Amortiguó las luces porque los ojos le escocían, tras un largo día en la oficina.

Cruzó las piernas. Las tenía bonitas. En la suave penumbra de la habitación, parecía rondar los veintidós años, y, sobre todo, tenía «clase».

Cuando la vi de día, aporreando la máquina de escribir en la oficina donde trabajaba, aparentaba veinticinco años, y se la veía cansada.

—¿Qué quiere usted saber? —me preguntó.

—¿Trabajó usted para Karl Carver Endicott? —le dije.

—Sí.

—¿En calidad de qué?

—Como secretaria particular.

—¿Y qué tal era para trabajar con él?

—Estupendo.

—¿Un caballero?

—¡Maravilloso!

—¿Algo amigo de tomarse confianzas?

—Nada de eso —dijo con acritud—. Nuestras relaciones eran puramente comerciales. Si no hubiera sido lo suficientemente caballero para mantenerlas así, yo era lo bastante señora para haber insistido en que así fuera.

—¿Conocía usted bien sus asuntos?

—Sí.

—¿Y en cuanto a honradez?

—Era escrupulosamente honrado. El empleo era muy bueno.

—¿Y por qué lo dejó?

—Por razones personales.

—¿Cuáles eran?

—Dimití.

—¿Por qué?

—Porque la atmósfera de la oficina cambió en un aspecto.

—¿En qué aspecto?

—Es difícil de explicar. No me llevaba muy bien con las otras muchachas de la oficina, y como podía colocarme en cualquier otra parte, no tenía que aguantar en un lugar que no me agradaba. Y por eso dejé el empleo.

—¿Se marchó disgustada?

—Por supuesto que no. Mr. Endicott me dio una excelente carta de recomendación, que puedo enseñarle si lo desea.

—Me gustaría verla.

Se levantó, y entró en su dormitorio, saliendo al poco con una carta escrita en el papel timbrado de las «Empresas Endicott».

Era una carta magnífica. En ella recomendaba a Helen Manning como competente secretaria, que había trabajado con él durante años. Renunciaba voluntariamente y él lamentaba la pérdida.

—Ahora bien —le dije doblando la carta—, poco después fue usted a hablar con Mrs. Endicott, ¿no es cierto?

—¿Yo? —exclamó con incredulidad.

—Usted.

—Puedo asegurarle que no —dijo—. Yo vi a Mrs. Endicott en la oficina una o dos veces, y sabía quién era, y, por supuesto, cambié algunas palabras con ella; pero eso es todo.

—¿No habló usted con ella después de abandonar su puesto?

—Puede ser que le haya dado los buenos días si me la encontré por la calle, pero ni de eso me acuerdo.

—¿No la llamó usted por teléfono para preguntarle dónde podían encontrarse, porque usted tenía algo que comunicarle?

—Claro que no.

—Estupendo —le dije—. ¿Le importaría darme un certificado de su declaración?

—¿Y por qué he de



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