Cuentos negros de Cuba by Lydia Cabrera

Cuentos negros de Cuba by Lydia Cabrera

autor:Lydia Cabrera
La lengua: spa
Format: epub
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788474261547
editor: www.papyrefb2.net


¡E cumarí, mi cumari, qué me gusta mi cumari!

¿Vamo a timbé, cumari?

Dolé lo rechazó; se persignó. La verdad: a ella no le desagradaba su compadre... ella de buena gana. Pero... ¿y el sacramento? ¡El sacramento! Y los dos negros se quedaron confusos, temerosos.

—¡Ay, Dolé, Dolé! ¿Por qué sacramentamos?

—¡Para adivino Dios!

El cochino, antes de ser cochino, por fuera era igual que el hombre... Era un hombre. Ofendió a su madre. Ésta lo maldijo... Se volvió cochino; cuatro patas, una barrigota, un hocico para hozar la basura, un rabo como un garabato... Por dentro, como un hombre.

El compadre que incurre en falta con su compadre —Corpus Christi de por medio— sucumbe entre calamidades sin cuento. Atroz es su castigo. La comadre que se conduce aviesamente con su comadre, o con su compadre —es igual—, asiste a su propio entierro; verá cómo la comen los gusanos. Su alma pedirá misas durante siglos. Ahí estaba Cecilia Alvarado, de Arroyo Naranjo: veintidós días agonizando en pleno conocimiento, por haber traicionado a su comadre. (Se gastó un dinero que ésta le había confiado... y como para justificarse, habló de ella perrerías.) Habían hecho consejo de familia y acordado llevarle a la comadre, para que le perdonara el agravio. La comadre, a pesar de su concomio, perdonó, y ella logró morir tranquila, volviéndose a la pared. Pero... ¿si no la perdona? ¿Qué no la esperaba bajo la tierra?

Ni con el Sacramento, ni con los Santos se puede gastar chacota.

A un conocido de Evaristo, lo aplastó un carretón de mangos. ¿Por qué? Le había ofrecido un altar a san Lázaro a Babalúayé, si le concedía una lotería. Ganó, cobró cien monedas; alquiló un puesto de frutas, se compró un caballo, un carretón... El resto se lo gastó rumbeando. Se le olvidó el altar de san Lázaro. San Lázaro le mandaba decir por los caracoles: «que del altar qué hubo... si se ha creído que yo soy muchacho, para jugar conmigo; que si no me cumple lo que me debe, se prepare a morir de mala muerte». Y el hombre remoloneando y contestando con guasita: «Pues el viejo que se espere, ¿qué prisa tiene?». Lo espanzurró, yendo al mercado, el carretón de otro frutero, ni se sabe cómo.

¡En mala hora encompadraron Dole y Capinche!

Y los dos negros se emberrincharon: se querían y no se atrevían...

Capinche llegaba a horas en que no estaba Evaristo.

—¡Ay, cumari, mi cumari, qué me gusta mi cumari! ¿Vamo a timbé, cumari? —era su estribillo. Y Dolé hacía un gran esfuerzo; por fin vencía el temor y le recordaba el sacramento. Capinche bajaba los ojos, se mordía los labios hasta sacarse sangre y se marchaba maldiciendo.

Un día Capinche le dijo a Dolé, mientras ésta forcejeaba por librarse de los brazos del negro: «Evaristo está cada vez más ético. Ya tiene la muerte en la cara».

—Cuando se muera, Capinche; espera que se muera. Entonces sí. —Y Capinche pensó: «Puesto que mi Compadre se ha de morir, no importa que muera un poco antes. Penará menos.»

El Compadre se postró sin fuerzas; faltábanle hasta para incorporarse en la cama sin ayuda de alguien.



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