Cuentos completos by Leonora Carrington

Cuentos completos by Leonora Carrington

autor:Leonora Carrington [Carrington, Leonora]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Fantástico, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2017-01-01T00:00:00+00:00


Conejos blancos

HA LLEGADO el momento en que debo contar los sucesos que comenzaron en el número 40 de Pest Street. Parecía que las casas, de un negro rojizo, hubieran surgido misteriosamente del gran incendio de Londres. La casa que quedaba frente a mi ventana, cubierta con algunas ramas de enredaderas, se veía tan negra y vacía como una morada plagada por la peste y luego lamida por las llamas y el humo. No era así como me había imaginado Nueva York.

Hacía tanto calor que me dieron palpitaciones cuando me atreví a salir a la calle, así que me quedé sentada, mirando la casa de enfrente, echándome agua cada cierto tiempo en la cara cubierta de sudor.

La luz nunca fue muy fuerte en Pest Street. Siempre había una reminiscencia de humo, que volvía el aire turbio y neblinoso; sin embargo, era posible examinar la casa de enfrente con detalle, incluso con precisión. Además, yo siempre he tenido muy buena vista.

Pasé varios días tratando de detectar algún movimiento en esa casa, pero no noté ninguno, y al final me acostumbré a desvestirme con total despreocupación ante la ventana abierta y hacer mis ejercicios respiratorios, con cierto optimismo, en el aire denso de Pest Street. Con eso seguramente mis pulmones quedaron tan negros como las casas.

Una tarde me lavé el pelo y me senté en la estrecha medialuna de piedra que servía de balcón, para que se secara. Apoyé la cabeza en mis rodillas y, a mis pies, observé a una moscarda chupar el cadáver reseco de una araña. Alcé la mirada a través de mi largo cabello y vi algo negro en el cielo, inquietantemente silencioso para ser un aeroplano. Aparté los mechones de mi pelo a tiempo para ver a un gran cuervo descender hacia el balcón de la casa de enfrente. Se posó en la balaustrada y pareció asomarse por la ventana vacía. Luego metió la cabeza bajo el ala, al parecer buscándose piojos. Unos minutos después, no me sorprendió demasiado ver que una mujer abría la ventana doble y salía al balcón. Llevaba un gran plato lleno de huesos, que vació en el piso. Con un breve graznido de agradecimiento, el cuervo bajó y comenzó a hurgar en esa repugnante comida.

La mujer, que tenía una larguísima cabellera negra, la usó para limpiar el plato. Luego me miró directamente y me dirigió una sonrisa amistosa. Yo le sonreí a mi vez, agitando una toalla. Esto la animó a echar la cabeza hacia atrás con coquetería y dedicarme un elegante saludo al estilo de una reina.

—¿Tendrá algo de carne echada a perder que ya no necesite? —exclamó.

—¿Algo de qué? —grité, por si no la había escuchado bien.

—Algo de carne en mal estado, podrida.

—No por el momento —contesté, preguntándome si se trataba de una broma.

—¿Y tendrá para el fin de semana? Si así fuera, le agradecería mucho que me la trajera.

Luego retrocedió hacia el interior de la casa y desapareció. El cuervo alzó el vuelo.

Mi curiosidad por la casa y su ocupante me impulsó a comprar un gran trozo de carne al día siguiente.



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