Cristianismo y sexualidad en la Edad Moderna by Merry E. Wiesner

Cristianismo y sexualidad en la Edad Moderna by Merry E. Wiesner

autor:Merry E. Wiesner [Wiesner, Merry E.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Referencia, Espiritualidad, Sexualidad
editor: ePubLibre
publicado: 2000-01-01T00:00:00+00:00


Muchas personas, especialmente mujeres, por razones extremadamente superficiales y con la intención de recuperar su libertad, saciar su lujuria y evitar las cargas del matrimonio, inician rápidamente el proceso de divorcio… Ordenamos que a partir de ahora nadie sino el propio obispo pueda oír casos de divorcio. El obispo puede hacerlo sólo por causas absolutamente seguras, racionales y manifiestas[12].

Informes posteriores indican que reglas como ésta fueron inútiles para limitar el número de anulaciones, sobre todo para los ricos, a los que se concedía por falta de consentimiento, consanguinidad, acuerdos previos para casarse con otro, impotencia total o «parcial» (definida como la incapacidad de tener relaciones sexuales con el cónyuge aunque pudiera hacerlo con otras personas) o la falta de procedimientos adecuados durante la boda. Las anulaciones también se concedían si uno podía demostrar que el cónyuge había engañado o estaba en un error respecto a su estatus social o racial.

Si no se podía conseguir la anulación por uno de esos motivos los tribunales eclesiásticos estaban dispuestos a veces a conceder una separación de cama y mesa (también llamada a menudo divorcio) aunque, ésta no permitía volverse a casar. Las peticiones de separación las hacían casi siempre las mujeres y, generalmente, eran debidas a malos tratos o abandono. Mientras se investigaba el caso —lo que podía llevar meses— la mujer era encerrada en el hogar de un hombre respetable o un convento en un proceso llamado depositio, ser depositada. El daño al honor resultante de estos tratamientos sin duda hizo que las mujeres se lo pensasen antes de presentar demandas de separación y la dificultad de salir de un matrimonio desgraciado puede haber convertido al concubinato en una opción más atractiva.

Las autoridades, tanto de la Iglesia como del Estado, se desesperaban porque las líneas que separaban la conducta sexual honorable de la poco honorable, sobre todo entre las mujeres, no eran tan claras como deberían serlo y trataron de hacerlas más rígidas. Un modo de hacerlo era separar claramente a las prostitutas de las demás mujeres, del mismo modo que se había hecho en las ciudades europeas. Esto empezó a hacerse muy pronto en las colonias españolas; en 1527, por ejemplo, la Corona concedió licencias a un hombre en Puerto Rico y a otro en Santo Domingo para que abriesen «una casa para mujeres públicas… en un lugar adecuado, porque hay necesidad de ello a fin de evitar males (mayores)»[13]. Muchas de las residentes en esas casas eran mujeres de raza mixta, como las que se traían para servicios sexuales en las expediciones de conquista, llamadas eufemísticamente «señoras de juegos» o «mujeres de amor» en los registros. Algunas de esas mujeres fueron por voluntad propia y, al menos al principio, antes de que las categorías sociales se endurecieran, se casaron más tarde con hombres del ejército español. La Corona se preocupaba a veces por la clase de mujeres españolas que estaban inmigrando cuando recibían informes de que dirigían burdeles además de trabajar en ellos y trataron —con poco éxito— de examinar sus pasados.



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