Cortés el hombre by José Fuentes Mares

Cortés el hombre by José Fuentes Mares

autor:José Fuentes Mares [Fuentes Mares, José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1980-12-31T16:00:00+00:00


2. Muchas vidas penden de un hilo.

Dos semanas corrieron a partir del día en que Martín López y sus carpinteros indios tomaron el camino de la Villa Rica. Resuelta al parecer la retirada, nadie barruntaba la tormenta próxima. De pronto, según Fernández de Oviedo, llegaron al palacio de Cortés ciertos vasallos de Moctezuma, «de los que en la costa del mar del norte viven», con la noticia de haber aportado allí dieciocho navíos. Pero ¿qué significaba aquello? Para averiguarlo envió Cortés a un par de mensajeros, y otros más a los pocos días. Agrega Oviedo que al no volver ninguno de ellos Cortés «estuvo no poco espantado», y su inquietud se prolongó hasta que un mes más tarde, por otros indios, averiguó Malinche que de los barcos aquellos bajaron al arenal ochocientos hombres, ochenta caballos y diez o doce tiros de fuego, todo lo cual se hizo constar en un ayate ya en poder de Moctezuma. Y fue en busca del Tlatoani, y éste le mostró el ayate. En él aparecían los «teocallis flotantes», y de ellos bajaban a tierra hombres blancos y caballos.

El Uei Tlatoani le miraba fijamente, sin contraer un músculo. Pero otra vez ¿qué diablos significaba aquello? De haber tenido a su alcance una barra de hierro, Malinche haría saltar en pedazos esa máscara, como deshizo la de Huitzilopochtli. Testigo de cumbres nevadas en tierra caliente, de magníficas ciudades y tesoros deslumbradores, de hombres con el pecho abierto y santuarios con los muros manchados de sangre, Cortés había olvidado que en Cuba vivía y gobernaba un señor de nombre Diego Velázquez. Pero en ese momento, frente al ayate y el rostro congelado de Moctezuma, lo recordaba exactamente: era un tipo bajito, panzudo, vociferante. Ahora mismo juraría por todos los demonios del infierno no descansar hasta llevarlo a la horca. De ser suyos los barcos fondeados en San Juan de Ulúa, y sus servidores los soldados aquellos, nadie, ni él mismo, daría tres maravedís por su cabeza.

Y sí, en efecto, los recién llegados eran gente de Velázquez al mando de Pánfilo de Narváez, natural de Valladolid, en Castilla la Vieja, hombre de experiencia en cosas de las Indias y ahora lugarteniente del gobernador de Cuba. A esas alturas, según Bernal, se entendían ya el vallisoletano y Moctezuma, quien había provisto a los nuevos téules con alimentos, oro y ropa, a cambio de los cuales hacíale llegar Narváez «muchas y malas palabras y descomedimientos contra Cortés y todos nosotros», entre otras «que éramos gentes malas, ladrones que veníamos huyendo de Castilla sin licencia de nuestro rey y señor, y que, como el rey nuestro señor tuvo noticia que estábamos en estas tierras, y de los males y robos que hacíamos, y teníamos preso a Moctezuma, y para estorbar tantos daños que le mandó a Narváez que luego viniese con todas aquellas naos y soldados y caballos para que le suelten de las prisiones, y que a Cortés v a todos nosotros, como malos, nos prendiesen o matasen y en las mismas naos nos enviase a Castilla».



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