Corazón solitario by Michelle Douglas

Corazón solitario by Michelle Douglas

autor:Michelle Douglas
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2019-02-21T13:24:45+00:00


–¿Por dónde, Molly?

Molly, con la lengua fuera, se colocó entre sus piernas cuando llegaron a un cruce de caminos, pero no le indicó por dónde deberían ir.

Josie apretó los labios. La semana anterior habían ido explorando río abajo. ¿Deberían explorar río arriba o cruzarlo para ver lo que había al otro lado?

–Hoy vamos río arriba. ¿Qué te parece, Molly?

La perra movió la cola, contenta. La verdad, le gustaban mucho esos paseos. Habían empezado como una forma de matar el tiempo, pero los beneficios del ejercicio empezaban a notarse. Como había estado prácticamente encerrada en casa durante los últimos meses, era un placer trabajar los músculos y respirar aire fresco. Seguiría paseando cuando volviera a casa, decidió.

Y compraría un perro.

Molly y ella estuvieron paseando diez minutos más y llegaron a una zona en la que el río se hacía más ancho y menos profundo, con las orillas rodeadas de enormes piedras que brillaban con todos los tonos del arco iris. Josie estaba encantada hasta que oyó un chapuzón cerca de ella.

Y, por el ruido, debía de ser un animal grande. ¿Habría jabalíes por allí?, se preguntó, asustada.

–Vamos, Molly, es hora de…

No terminó la frase porque la perra, ladrando, empezó a correr hacia la orilla. Josie corrió tras ella. ¿Qué diría Kent si le pasaba algo a su perrita?

Pero no podía colarse entre las piedras como lo hacía Molly. Josie se subió a una de ellas dispuesta a mover los brazos y gritar como una posesa para ahuyentar a… lo que fuera.

–Hola, Josie.

–¡Kent!

Debajo de ella, Kent estaba nadando tranquilamente. Tenía el torso bronceado y a Josie empezó a palpitarle el corazón. En su mente había aparecido una erótica imagen de sí misma lamiendo las gotas de agua de sus hombros…

El agua era casi transparente, pero la parte inferior de su cuerpo estaba oculta por las sombras que creaban las piedras.

Afortunadamente.

Cuando no contestó, Kent hizo pantalla con una mano para verla mejor.

–¿Qué pasa?

–Había oído un ruido…

–¿Y decidiste investigar?

–No me apetece encontrarme con un oso polar o un hipopótamo.

Kent sonrió.

–Que yo sepa, a los osos polares y a los hipopótamos no les va muy bien en Australia.

–Ya sabes lo que quiero decir, un jabalí o algo parecido.

–Si algún día te encuentras con uno, lo mejor es que te subas a un árbol. ¿De acuerdo?

–De acuerdo.

–¿Cómo es que has venido a investigar?

–Molly salió corriendo y…

–Y decidiste que Molly necesitaba protección.

–¿Qué hay de malo en eso?

–Josie, eres un caso perdido –suspiró Kent.

–Éste es un sitio precioso. Si no hubiera venido a investigar, no lo habría encontrado –murmuró ella, mirando alrededor. Sobre la hierba había un sombrero, una camisa, unos vaqueros… y unos calzoncillos–. ¿Está nadando desnudo, señor Black?

–Desde luego que sí, señorita Peterson.

Josie tragó saliva.

–Yo nunca me he bañado desnuda.

–¿Quieres probar? –sonrió Kent.

Debería hacer eso más a menudo. Sonreír. Suavizaba las líneas de su rostro y lo hacía parecer un hombre al que ella podría…

¡Tonterías!

–No, gracias. Aunque esto puede convertirse en un deporte del que me haga espectadora.

Oh, sí. Eso tenía potencial. Y Kent Black tenía unos bíceps que podían enviar el pulso de una chica por las nubes.



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