Contrarreloj by Eugenio Fuentes

Contrarreloj by Eugenio Fuentes

autor:Eugenio Fuentes [Fuentes, Eugenio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2009-03-31T16:00:00+00:00


11.ª etapa

Caen - Dieppe, 165 km

Jueves, 15 de julio

El doctor Galea había sido interrogado durante toda la noche en las dependencias policiales de Caen. Sin embargo, a la mañana siguiente salió a la calle libre y sin cargos, sin que se hubiera podido demostrar nada contra él. Ante el acoso de un grupo de periodistas que lo esperaban en la puerta, los convocó a una rueda de prensa para dos horas más tarde, en cuanto desayunara y se diera una ducha para eliminar el olor a comisaría, dijo.

Cupido se confundió entre los periodistas y se sentó en una de las últimas filas, con el cuaderno de notas de la investigación entre las manos. La sala cedida por el hotel estaba abarrotada de reporteros, de cámaras, de micrófonos. Por primera vez en un Tour el médico de un equipo despertaba más atención que los ciclistas, la sangre interesaba más que las bicicletas y el laboratorio generaba más noticias que la carretera. Quizás ése era el signo de los tiempos, pensó el detective, que el deportista importe menos que el entrenador o el equipo, que en el combate el soldado influya menos que la tecnología, que sea más decisivo el marketing que el libro, más la galería que el cuadro.

Galea entró en la sala sin mirar a nadie y con un gesto de aburrimiento y desafío observó a los periodistas, que habían comenzado a juzgarlo antes que la juez y la policía. Esperó a que terminaran los murmullos, los ajustes de las cámaras y de las grabadoras, para empezar a hablar con palabras secas, llenas de desdén, sin apenas esforzarse en disimular la mentira:

—Aquí me tienen. Pregunten lo que quieran.

Un periodista de L’Équipe se anticipó a otras voces:

—Usted era el médico de Tobias Gros. ¿No sabía que tomaba EPO?

—No.

—Pero posiblemente nadie conocía mejor que usted sus capacidades, su estado de forma… ¿Nunca le extrañó su rendimiento? —insistió.

—No. Físicamente, Tobias Gros era un privilegiado. Podía haber llegado hasta donde llegó sin necesidad de tomar ninguna sustancia prohibida.

—¿Cómo era su trabajo con él? —intervino otro periodista.

—El mismo que con el resto del equipo. Vigilaba su salud, su alimentación, su peso, sus constantes cardiacas y su rendimiento en relación con su esfuerzo… Las tareas normales del médico de cualquier equipo. Si no fuera así, yo no estaría hablando con ustedes, seguiría dentro de la comisaría. Ni he administrado productos prohibidos a ningún deportista, ni he traficado con estimulantes, ni he practicado transfusiones de sangre. Mi trabajo nunca ha sobrepasado los límites legales: poner tiritas, aplicar desinfectantes o analgésicos, controlar la tensión y las pulsaciones —repitió con una ironía que se acercaba al sarcasmo.

—¿Se lo ha pedido algún ciclista?

—¿Qué?

—Un producto prohibido.

—Sí. Más de un corredor. Pero nunca he dado nada. Ya se lo he dicho. No me dedico a eso.

—¿Qué corredores?

—¿Cree que voy a decirle los nombres? Sé guardar el secreto profesional. Me pidieron algo que yo ni tenía ni quería tener. Ignoro si lo encontraron en otro sitio. No sé nada más.

—¿Era Tobias Gros uno de ellos?

—No.



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