Constitución de los atenienses - Económicos by Aristóteles & Pseudo-Aristóteles

Constitución de los atenienses - Económicos by Aristóteles & Pseudo-Aristóteles

autor:Aristóteles & Pseudo-Aristóteles [Aristóteles & Pseudo-Aristóteles]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 0334-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO CUARTO

Unidad y concordia entre los esposos

Una vez más, el poeta deja claro en el discurso de Ulises a Nausícaa[153] el gran honor en que él tiene la comunidad respetuosa del hombre y de la mujer en ma15trimonio: suplica a los dioses que le concedan a ella un marido y un hogar y la deseada concordia con el marido, no cualquiera, sino la buena concordia. No hay bien más grande entre los hombres, dijo, que el que un hombre y una mujer rijan su casa concordes en sus pensamientos. Por esto queda claro, por el contrario, que no 20alaba la unidad que resulta de pequeños servilismos de uno para con el otro, sino aquella que está de manera justa unida a la sabiduría y al entendimiento, pues esto quiere decir «regir la casa concordes en sus pensamientos». Y sigue diciendo que, cuando se da un amor de esta clase, mucho dolor causa a los enemigos, y grande gozo a los amigos[154], y ellos mismos conocen en especial la verdad de estas palabras[155]: cuando la esposa y 25el esposo están de acuerdo acerca de las cosas mejores en la vida, necesariamente los amigos de cada uno estarán también de acuerdo entre sí; y desde entonces, en una posición de fuerza se harán temibles para los enemigos y beneficiosos para los suyos. Pero cuando entre [147]ellos reina la discordia, también hay desacuerdo entre los amigos, y entonces, en posición de debilidad, son especialmente los esposos quienes sufren sobremanera.

En estas normas, de manera evidente recomienda el poeta a los esposos disuadirse recíprocamente de lo que es malo y deshonroso, y ayudarse desinteresadamente en aquello que sea lo más honroso y justo posible, esforzándose, en primer lugar, en prestar atención a sus 5padres: el marido a los padres de su esposa no menos que a los suyos propios, y la esposa a los padres del marido. Además, prestarán atención a sus hijos, a sus amigos, a sus bienes y a la casa entera como posesión común que es, luchando en colaboración uno al lado del otro, para lograr en lo común un mayor patrimonio y que cada uno sea más virtuoso y más recto, dejando 10de lado la arrogancia, y administrando con justicia y de forma sencilla y benigna: así cuando lleguen a la vejez, y estén libres de prestar servicios a los demás y de la solicitud de las pasiones y placeres que se dan en la juventud, podrán uno tras otro responder a sus hijos cuál de los dos es considerado administrador de 15más bienes en la casa; y sabrán entonces que lo malo fue debido a la mala suerte y lo bueno a sus virtudes.

El que salga vencedor en esto, conseguirá de los dioses la mayor recompensa, como dice Píndaro[156]: «un dulce corazón y la esperanza que gobierna la cambiante voluntad de los mortales». La segunda recompensa les 20llegará de sus hijos: la buena suerte de ser sustentados por ellos en su vejez.

Por todo esto, conviene que prestemos la debida atención



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