Constantino: la invención del cristianismo by Bárbara Pastor

Constantino: la invención del cristianismo by Bárbara Pastor

autor:Bárbara Pastor [Pastor, Bárbara]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Espiritualidad, Historia, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2006-12-31T16:00:00+00:00


¿La gente sabía leer y escribir?

En el siglo de Constantino no hubo grandes escritores ni sobresalió nadie en particular por su interés en lo que hoy llamamos Cultura. Hubo escritores que llenaron cientos de páginas con elogios al emperador. Pero desde luego esto no representa la cultura de una época.

Nadie escribió un manual de arquitectura como hizo en otro tiempo Vitrubio. Ningún escritor emprendió la magnífica aventura de plasmar en una enciclopedia los conocimientos del universo como hizo Plinio en su Historia Natural. Y si hubo médicos en tiempos de Constantino, desde luego no se repitió el caso de Galeno o de Sorano que explicaron las enfermedades del cuerpo y daban consejos a las mujeres en su embarazo. El Imperio romano era cada vez mayor y más poderoso; no hubo, sin embargo, ningún geógrafo como en tiempos de Estrabón, que explicara a los lectores las excelencias de las tierras conquistadas. Y en el campo de las leyes, no se repitieron juristas como Ulpiano, o Papiniano, dueños de una clarividencia excepcional.

¿Por qué esta pobreza intelectual en tiempos gloriosos para un Imperio que ya no conocía límites ni fronteras? ¿A qué se dedicaban las personas que podrían haber escrito grandes obras para la humanidad? ¿O acaso todo lo que preocupaba a los súbditos del Imperio era observar la pompa y ceremonial de la corte del emperador? ¿Tan conformistas eran las gentes de la época de Constantino? ¿Tendremos que pensar tal vez que a nadie le importaba nada sino los asuntos de religión? No. No interesaban solamente los asuntos de religión. Interesaba ascender en los puestos de la administración. Los hombres del siglo IV tenían mentalidad de funcionarios. Y como tales, eran de mentalidad estéril y poco ambiciosa. No se dejaron seducir por el conocimiento, ni por la curiosidad de averiguar cuan inmensa puede llegar a ser la inteligencia aplicada a las necesidades del espíritu.

Hubo, como es de esperar, muchos hombres que alcanzaron puestos importantes en el ambiente de la corte. Un puesto importante equivalía a poder político. Por su lealtad al emperador, algunos pasaron a ser tutores de los príncipes. Otros obtuvieron el gobierno de alguna provincia, o pasaron directamente a prestar sus servicios en la administración central. En este abanico caben nombres como Lactancio, Ausonio, Símaco, Paulino de Nola, y muchos otros.

Los emperadores sentían la obligación de impulsar el aprendizaje. Unos más que otros, por supuesto. Juliano El Apóstata, por ejemplo, era famoso por su entusiasta dedicación a leer y a aprender. De hecho, la desgracia de Juliano fue que era más filósofo que emperador. Y ese perfil no encajaba bien en la época que le tocó vivir.

Constantino, que no tenía nada de intelectual, sin embargo animó a cuantos quisieran entrar en el mundo académico. Su sucesor Constancio sí destacó por su elegante estilo en la escritura. Y poco más que su afán por compilar lo que otros habían hecho fue lo que caracterizó a emperadores como Teodosio y Justiniano.

El interés de los hombres del siglo IV iba por otros derroteros que no eran el cultivo de las ciencias y las letras.



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