Conjuro de luz by Victoria Schwab

Conjuro de luz by Victoria Schwab

autor:Victoria Schwab [Schwab, Victoria]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-02-28T16:00:00+00:00


Se quedaron sentando en el baño por horas, sin ganas de dejar el calor ni la compañía. Se quedaron lado a lado en el banco de piedra en el borde de la tina o en la cerámica más fría del borde, y no hablaron no sobre el pasado ni de sus respectivas cicatrices. En lugar de eso, compartieron el presente. Rhy le contó sobre la ciudad tras los muros, sobre la maldición que había caído sobre Londres, la transmutación extraña que se expandía, sobre los caídos y los plateados. Y Cora le contó sobre el palacio claustrofóbico con sus nobles enloquecidos, la galería donde se habían reunido a preocuparse, los rincones donde se juntaban a susurrar.

Cora tenía el tipo de voz que se oía en toda la habitación, pero cuando hablaba en voz baja, había una musicalidad en ella, una melodía que él encontraba sosegante. Tejía historias sobre este lord y aquella dama, los llamaba por su vestimenta, ya que no siempre sabía sus nombres. Habló de los magos también, con sus temperamentos y sus egos, recordó todas las conversaciones sin un solo titubeo y sin parar.

Cora, parecía, tenía la mente como una gema, afilada y brillante y escondida bajo sus aires infantiles. Él sabía por qué ella lo hacía: era la misma razón por la que él jugaba a ser libertino tanto como un miembro de la realeza. A veces era más fácil ser subestimado, menospreciado, descartado.

—… Y entonces de verdad lo hizo —estaba diciendo ella—. Se tragó una copa de vino y encendió una chispa y puf, se le quemó la mitad de la barba.

Rhy se rio —se sentía tan simple y mal y tan necesario— y Cora negó con la cabeza.

—Nunca desafíes a un veskano. Nos pone estúpidos.

—Kell dijo que tuvo que derribar a uno de tus magos y dejarlo inconsciente para evitar que saliera a la bruma.

Cora ladeó la cabeza.

—No he visto a tu hermano en todo el día. ¿Dónde ha ido?

Rhy apoyó la parte de atrás de la cabeza contra los cerámicos.

—A buscar ayuda.

—¿No está en el palacio?

—No está en la ciudad.

—Oh —dijo pensativa. Y luego, su sonrisa había regresado, relajada sobre sus labios—. ¿Y qué hay de esto? —preguntó, mostrando el broche real de Rhy.

Él se incorporó de golpe.

—¿De dónde lo sacaste?

—Estaba en el bolsillo de tu pantalón.

Él se estiró para agarrarlo y ella lo sacó de su alcance juguetonamente.

—Devuélvemelo —exigió Rhy y ella debió escuchar la amenaza en su voz, el repentino e impactante frío de una orden, porque no se resistió ni intentó juegos. La mano de Rhy se cerró sobre el metal tibio por el agua.

—Es tarde —dijo él, levantándose del baño—. Debo irme.

—No quise molestarte —dijo ella, y pareció realmente dolida.

Él se pasó una mano por los rizos húmedos.

—No lo hiciste —mintió, cuando un par de sirvientes aparecieron y le envolvieron los hombros desnudos con una bata. El enojo ardía a través de él, pero solo hacia sí mismo, por permitirse bajar la guardia, permitir que su atención se desviara.



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