Ciudadana de segunda by Buchi Emecheta

Ciudadana de segunda by Buchi Emecheta

autor:Buchi Emecheta [Emecheta, Buchi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1974-01-01T00:00:00+00:00


VIII. ACEPTACIÓN DEL PAPEL

Un día, unas semanas después, ya instalados en casa de los Noble, Adah se despertó sin ganas de ir a trabajar. Se encontraba incómoda y mucho más pesada que de costumbre. Podía haberse quedado en la cama un poco más, pero tenía que estar en la biblioteca a las nueve y media. Se levantó de mala gana, triste y compadeciéndose de sí misma, como siempre cuando se encontraba así, y envidió a su marido, que seguía roncando tranquilamente. Le entró la tentación de despertarlo solo por darse el gusto. Tendió las manos hacia él, dispuesta a sacudirlo, cuando un poquito de humanidad que le quedaba por dentro la detuvo. Parecía que le dijera: «Pero ¿qué haces, mujer?». La suave advertencia vino seguida de una serie de pinchazos, uno de ellos tan fuerte que la devolvió a la realidad.

Según sus cálculos el niño tenía que nacer a primeros de diciembre. En realidad, podía dar a luz en cualquier momento, porque prácticamente ya había cumplido los nueve meses: ya era diciembre, día 2 de diciembre. Se dijo que no nacería el día 2. La fecha que había calculado era el 9. Así que pensó que el niño se estaría estirando, nada más. Cuando el niño está dentro de su madre ¿hace ejercicios por la mañana? Buscaría la información en algún momento.

Pero había algo que empezaba a preocuparla. Su volumen. Su jefa la miraba muy a menudo, intrigada, cuando creía que no la veía. Adah les había mentido, había mentido al médico, le había dicho que el niño nacería en febrero, para poder seguir en la biblioteca el máximo tiempo posible. Así tendrían dinero suficiente para cubrir la temporada en la que no trabajaría. Había convencido a Francis de que buscara un puesto en la campaña de Navidad en la oficina de correos. Y así, si Adah podía seguir trabajando hasta el último momento, podrían pagar el alquiler, la guardería de los niños y ahorrar un poco para resistir el tiempo que tardara en recuperarse del todo y volver al trabajo.

Al pensar en esta época, todavía se preguntaba por qué nunca le había parecido raro que la subsistencia de la familia dependiera exclusivamente de ella. Solo ella tenía la sensación de no cumplir con la familia si dejaba de trabajar, aunque fuera por tener otro hijo. Lo más curioso era que lo consideraba su deber, no el de su marido. Él tenía que disfrutar de una vida fácil, la de un estudiante maduro que estudia a su propio ritmo.

Aquella mañana se vistió y se dirigió rápidamente a la estación de Kentish Town. Al llegar vio que los empleados estaban en huelga. No lo sabía porque vivía completamente aislada de otras personas y, de no haber sido por las visitas que recibía en su lugar de trabajo, no habría sabido absolutamente nada de lo que pasaba fuera de su casa. Francis no creía en la amistad. Solo había empezado a cultivar la de un par de testigos de Jehová, que habían ido a verlo a casa una o dos veces.



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