Cinco novelas cortas by Anton Chejov

Cinco novelas cortas by Anton Chejov

autor:Anton Chejov [Chejov, Anton]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 2007-12-31T16:00:00+00:00


Relato de un desconocido

(1893)

I

Por razones que no vienen al caso explicar ahora con detalle, tuve que emplearme de criado en casa de un funcionario petersburgués de treinta y cinco años llamado Gueorgui Ivánich Orlov.

Había entrado al servicio de ese Orlov para recabar informaciones sobre su padre, famoso hombre de Estado a quien consideraba un importante enemigo de mi causa. Consideraba que, al vivir en casa de su hijo, podría conocer en profundidad los planes e intenciones del padre, gracias a las conversaciones que escuchase y los papeles y notas que encontrase sobre la mesa.

Por lo común, a eso de las once de la mañana sonaba la campanilla eléctrica en mi cuarto, anunciándome que el señor se había despertado. Cuando entraba en su dormitorio, con el traje cepillado y las botas limpias, Gueorgui Ivánich estaba sentado en la cama, sin moverse, no adormilado, sino más bien extenuado por el sueño, con la mirada fija en un punto, sin manifestar ninguna satisfacción por el hecho de haberse despertado. Lo ayudaba a vestirse y él se sometía de mala gana y en silencio a mis cuidados, como si no reparase en mi presencia; luego, con la cabeza mojada y oliendo a agua de colonia, se dirigía al comedor para desayunar. Se sentaba a la mesa, bebía el café y hojeaba el periódico, mientras la doncella Polia y yo nos quedábamos respetuosamente junto a la puerta y lo mirábamos. Dos adultos debían contemplar con la mayor atención cómo un tercero bebía una taza de café y mordisqueaba una tostada. Una situación probablemente ridícula y absurda, pero yo no consideraba humillante quedarme junto a la puerta, aunque era un hombre tan noble e instruido como Orlov.

Por aquel entonces estaba incubando la tuberculosis y quizá alguna otra cosa todavía más grave. No sé si fue bajo la influencia de la enfermedad o de mi nueva concepción del mundo, de la que aún no era consciente, pero cada día que pasaba se apoderaba más de mí un ansia apasionada y vehemente de una vida normal y corriente. Deseaba sosiego espiritual, salud, aire puro, buena alimentación. Me estaba convirtiendo en un soñador y, como todos los soñadores, no sabía lo que de verdad necesitaba. Tan pronto me entraban ganas de recluirme en un monasterio y pasar jornadas enteras sentado delante del ventanuco, mirando los árboles y los campos, como me imaginaba que compraba cinco hectáreas de tierra y vivía como un hacendado, o me prometía a mí mismo que me dedicaría a la ciencia y me convertiría en catedrático de alguna universidad de provincias. Siendo teniente de la marina retirado, rememoraba el mar, nuestra escuadra y la corbeta en la que di la vuelta al mundo. Me apetecía probar una vez más ese sentimiento inefable que se experimenta cuando se pasea por una selva tropical o cuando se contempla la puesta de sol en el golfo de Bengala, embargado de entusiasmo y al mismo tiempo de nostalgia de la patria. Soñaba con montañas, con mujeres, con música, y lleno de curiosidad, como un niño, escrutaba los rostros y prestaba oídos a las voces.



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