Chapinero by Ospina Andrés

Chapinero by Ospina Andrés

autor:Ospina, Andrés [Ospina, Andrés]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: literatura colombiana, novela, ficción, novela en español, bogotá, vida urbana, historia, novela urbana, barrio, familia, estirpe, zapatero, conquista, colonia, siglo XIX, años treinta, años sesenta, antigüedades, Cádiz, Bogotá y ciudad
editor: 2015
publicado: 2015-04-09T16:00:00+00:00


Esa tarde, completa, la usamos para bañarnos, peinarnos y maquillarnos. Lo más complicado fue lo último, pues ya desde la ruta un barro gigantesco erupcionaba sobre mi piel, algo que siempre ocurría cuando me asustaba. Para eso sólo encontramos mediocre solución después de gastarnos un cuarto entero de tubo del Coverfluid de Helena Rubinstein, finísimo, base y polvo a la vez, que encontramos en la caja de cosméticos de Mariana.

Una parte la puse sobre mi cara. La otra se nos regó, al dejarlo caer destapado cuando intentábamos esparcir lo poco que quedaba adentro para que no descubrieran que lo habíamos usado. Ahora… No sé si antes te lo dije, pero el interés en el pelo fue lo que cimentó la amistad entre Amandita y yo. Ambas envidiábamos amigablemente lo que la otra tenía. El mío… liso y sin cuerpo, como una baba. El de ella… rizado y vistoso. Siempre más pendientes de los defectos propios que de aquellos ajenos. Ahí estaba el secreto. Hasta era capaz de compartirme, como esa vez lo hizo, unas gotas del Youth Dew que todavía le quedaba de sus quince. Ese que sólo sacaba, como agua en sequía, cuando había algo especial.

En mi maleta, además del uniforme de gala, logré la hazaña de hacer caber entera la ropa escogida para esa noche. Maxiabrigo negro de cuerina. Blusa pantalón gris con puntos verdes claros. Media pantalón debajo. Zapatos tacón muñeca negros con moño del mismo color. Y, por supuesto, mis Bobbie Brooks menta… Los que tanto adoraba. Ella… blusa cuello de tortuga clara, jumper, media-media blanca, mocasines blancos de tacón y la balaca de siempre.

Nos pusimos brillo, del barato, que sabía a cereza o a banano, de eso sí no me acuerdo, y salimos afanadas, directo al triángulo de El Campín, cerca de la 24, donde los adolescentes “y adolescentas” del barrio, como ahora diría alguien incluyente, nos encontrábamos, distinto del de la estación de gasolina de la 60 con Séptima, a la que también le decían así.

Coqueteamos, los vimos jugar fútbol y rematamos en la Robin Hood, supuestamente la mejor heladería del vecindario. Aunque, la verdad, los que hoy me hacen falta son esos cucuruchos de la máquina del Ley, también de la 24. Cosas bobas con las que uno tanto se alegra cuando es así de joven, financiadas con los ahorros donados generosamente por Amanda para la causa del viernes. Mi compromiso había sido conseguir el permiso. El de ella, obtener los recursos. Y las dos cumplimos.

Cuando se puso oscuro, para que las vecinas amigas de los Ciliberti no nos vieran y así no hubiera qué contarles, caminamos a la 13, hacia la Ship a Go-Go. Como ni Amanda ni yo teníamos idea de direcciones nos fuimos preguntando, hasta que dimos con el lugar, que a esa hora todavía estaba cerrado. Para hacer tiempo seguimos al norte, hacia el pasaje la 60, a donde nunca habíamos entrado, y del que sólo sabíamos por lo que veíamos en revistas.

A la entrada estaba Potocho. Todas las de Chapinero lo conocíamos.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.