Castigo by Ferdinand von Schirach

Castigo by Ferdinand von Schirach

autor:Ferdinand von Schirach [Schirach, Ferdinand von]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2017-12-31T16:00:00+00:00


ARENQUE APESTOSO

En su barrio, los padres no llevaban a sus hijos a la escuela. Un par de kilómetros más lejos, en el oeste de la ciudad, era distinto. Tom lo había visto una vez. Allí los padres sacaban las mochilas del coche, daban un beso a sus hijos y los acompañaban hasta la puerta de la escuela. Los padres se parecían unos a otros y los hijos también se parecían unos a otros.

Pero en su barrio vivían personas de ciento sesenta países. Había otras reglas y la infancia era más breve.

Como todos los lunes, se encontraron delante de la panadería. El amigo de Tom hablaba de una chica. No era tan fácil, se podían cometer muchos errores, y entonces las chicas se marcharían corriendo y contarían tonterías de uno, decía el amigo. Tom asentía, pero no le interesaba lo que le decía. Debería haber robado cigarrillos en el supermercado mientras los otros esperaban fuera. No lo había conseguido.

Tomaron el mismo camino de siempre, Tom, su amigo y los otros. Hablaban de la prueba de valor, estaban serios y discutían en voz baja. Tom tenía miedo.

Llamaban al hombre «Arenque Apestoso». Hasta ese día se cambiaban a la otra acera al pasar por delante de su casa. Él siempre estaba ahí, sentado en una silla de mimbre, debajo del alero. Ya podía llover o nevar, que él estaba ahí fuera. En la última guerra, una bomba había destruido la parte delantera de la casa y las viviendas contiguas; solo se conservaba la parte posterior del edificio. En la frontal crecían malas hierbas, había neumáticos abandonados, así como tablas de madera enmohecidas, un pico sin mango y una caja de fusibles reventada. Las paredes de la casa tenían moho, en el sótano las ventanas estaban rotas. Y encima ese olor a harina de pescado, leche quemada y gasolina. En los días calurosos el hedor llegaba hasta la escuela. Corrían muchas historias sobre Arenque Apestoso. Se decía que en la mayoría de los países lo buscaban por asesinato. Que lo habían visto pescar en el río y arrancar la cabeza de un mordisco a los peces vivos, que en el sótano cocía leche para las ratas de la ciudad. Corría el rumor de que tenía una llave de la escuela, y por las noches deambulaba por los pasillos y lamía las taquillas metálicas de los alumnos.

Durante todo el trayecto, Tom había esperado que Arenque Apestoso no estuviese ese día. Pero ahí estaba, como siempre. Llevaba unas gafas de sol negras, la chaqueta con agujeros, los pantalones sucios. Pero los zapatos relucían, parecían unos zapatos muy buenos, no encajaban ni con el hombre ni con la pestilencia.

Se detuvieron delante del inmueble. Tom insistió, suplicante.

—Puedo intentarlo otra vez con los cigarrillos, puedo traer cartones enteros, esta vez lo conseguiré.

Había repetido mentalmente una y otra vez estas frases, pero ahora no sonaban tan bien como él se había imaginado. Los demás no aceptaron.

—Demasiado tarde —dijeron.

Tenía que acercarse a Arenque Apestoso, como mínimo dar cinco pasos por detrás de la reja, quedarse ahí parado y gritar bien alto: «Arenque Apestoso».



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