Casi unas memorias by Dionisio Ridruejo

Casi unas memorias by Dionisio Ridruejo

autor:Dionisio Ridruejo [Ridruejo, Dionisio]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ediciones Península
publicado: 2009-11-30T23:00:00+00:00


Este y otros encuentros me hicieron superficialmente amigo del diplomático Sangróniz y, como ya se sabe lo que en España puede la amistad, un día me llevó a su despacho para regalarme un viaje a Hamburgo. La cosa carecía de toda importancia y de cualquier implicación política. Existía una organización alemana, «Kraft durch Freude» («la alegría a la fuerza», según traducción de los maliciosos), que servía para planificar el ocio obrero y era réplica del «Dopolavoro» italiano, de cuyo modelo había, incluso en los países liberales, organizaciones equivalentes. Pues bien, la «Kraft durch Freude» había organizado en Hamburgo una especie de congreso internacional del ocio de los trabajadores y pedía al incipiente Estado nacionalista español una representación. Como la cosa no existía en España, Sangróniz echó un vistazo alrededor y compuso la comisión en un periquete. Los elegidos fuimos la novelista Carmen de Icaza (que hablaba el alemán como una berlinesa), el economista catalán Gallart (que resultó una persona encantadora, con afición al cultivo de las rosas) y Ramón de Rato, que había sido compañero mío de El Escorial, de donde fue expulsado por descolgarse de una ventana para irse a pasear con una señorita del pueblo. Rato era un asturiano agudo, que juntaba en su cabeza una zona de lucidez astuta y otra de locura fanfarrona. Todo un tipo. La comisión era de urgencia porque se había retrasado la decisión y casi todos tuvimos que salir con lo puesto. Gallart de burgués en día de faena, Carmen de Icaza de señora estupenda (llevaba en la maleta un traje negro que la concretaba muy bien), yo de falangista corriente y Ramón de Rato de combatiente de exportación, pues se había preparado unos pantalones caqui a lo Neru (breaches sin botas), una candora africana y una gran boina roja con borla. A esto había añadido una medalla militar prestada. Esto en Hamburgo no tenía más remedio que causar efecto. En todo caso, y por recato, esos objetos no se los colocó hasta que nuestro lentísimo Junker (de aquellos de fuselaje acanalado) hizo su segunda parada en Stuttgart. El avión—con escala en Lyon y en Stuttgart—empleaba, en aquellos tiempos, nueve horas justas desde Salamanca a Berlín, donde otro avión nos llevaría algo más de prisa al lugar de la conferencia.

Fue un viaje en muchos modos pintoresco. A mí se me había honrado con la presidencia pero, al llegar a Lyon, hice soberana transferencia de ella a Carmen de Icaza, porque era una señora guapa y por su dominio del alemán. Pero, ya al llegar a Stuttgart, nos dimos cuenta de que nadie nos había dado un céntimo para gastos de viaje y que las reservas personales de cada uno de nosotros—caso de que nos las cambiasen—no llegarían ni para pagar la corona de homenaje a los caídos de la guerra mundial, que era un rito obligado en esas conferencias. Estas dificultades nos persiguieron, en buena medida, durante todo el viaje.

En Hamburgo hubiéramos podido remediarlas porque estaba allí de cónsul el padre de



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