Cartas desde el fin del mundo by Toyofumi Ogura

Cartas desde el fin del mundo by Toyofumi Ogura

autor:Toyofumi Ogura [Ogura, Toyofumi]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Pasado & Presente
publicado: 2014-09-15T22:00:00+00:00


13 de abril de 1946

Carta 9

EL HIPOCENTRO

Fumiyo:

Estuviste en la enfermería de la fábrica desde la noche del día 7 hasta la tarde del 10. Durante ese tiempo no te hice demasiado caso: solamente estaba a tu lado un rato por las mañanas y por las noches.

Tal vez me guardaras rencor por mi falta de sensibilidad, pero creo que era más propio de ti el que te resignaras pensando que «era por el bien del país». No decías nada y pasabas mucho tiempo durmiendo, sin quejarte tampoco de la comida o del cuidado médico que recibías. Yo creía tontamente que ello se debía a que tus lesiones eran menores. Además, como era el único instructor en aquellos momentos, no pude evitar el dejarme arrastrar por el trabajo.

Los días 9 y 10 fui con los estudiantes a descombrar las ruinas de la universidad. La ciudad seguía en el mismo estado del día 8, que acabo de describirte en la carta anterior. Lo único que había cambiado era que, a medida que se apagaban las brasas, iban apareciendo más personas que buscaban entre las cenizas a sus seres queridos y que se sumaban a las que trabajaban en la limpieza o el salvamento. Cada día se elevaban columnas de humo por las incineraciones a cielo abierto.

Una cosa que nunca conseguí decirte cuando aún estabas con vida era que había ido al templo Honjō-ji, donde estaban depositados los restos de nuestra hija Toshiko. El templo también había sido destruido por completo, y en su lugar un cartel de madera indicaba que el anciano bonzo principal, al que conocías bien, había muerto. Busqué a conciencia por la zona del osario, pero al no encontrar la urna de Toshiko, allí mismo tomé un puñado de ceniza y la envolví en un papel. Del mismo modo que te mentí la noche del día 7 cuando te dije que iba a la universidad en vez de a buscar a Kinji, si no te conté nada fue por amor.

Pues bien, cuando llegué a la universidad volví a examinar los daños sufridos y me explicaron lo que había ocurrido aquel día. Hoy quiero informarte un poco de aquello.

Lo primero que me horrorizó fue que de vez en cuando aparecían huesos humanos entre los restos de las máquinas del laboratorio o bajo las cenizas de los libros de la sala de estudio. Parecía que, por suerte, no había nadie en mi clase en el momento de la explosión. En el suelo había una muestra de vasija de barro del período Yayoi que, milagrosamente, ni siquiera se había roto.[16] Por lo general se podía deducir de quién eran los huesos que estaban en las salas, pero era imposible con los que se encontraban en los pasillos. El número total de muertos en la universidad, incluidos los que acabaron perdiendo la vida unos días más tarde, fue de algo más de ciento treinta personas. Como los estudiantes de Letras, al igual que nosotros, se habían ido a la fábrica, los únicos que quedaban



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