Carta breve para un largo adiós by Peter Handke

Carta breve para un largo adiós by Peter Handke

autor:Peter Handke [Handke, Peter]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1972-01-01T00:00:00+00:00


¿Es de extrañar que el cambio de lugar contribuya tanto, a menudo, a hacernos olvidar como un sueño aquello que no nos gusta considerar real?

KARL PHILIPP MORITZ, Anton Reiser

El largo adiós

Llegamos a San Luis al mediodía. En los días que siguieron no me separé de Claire ni de la niña. Vivíamos con los amigos que Claire había llamado «una pareja de enamorados» y estábamos casi siempre en su casa, situada en ROCK HILL, un suburbio al oeste de San Luis, ya hacia el interior del estado de Missouri. Era una casa de madera que precisamente estaban pintando, y ayudamos a la pareja a hacerlo. Nunca supe cómo se llamaban en realidad los dos, porque siempre utilizaban nuevos nombres cariñosos. Al principio pensé al verlos en la nostalgia atrofiante de que Claire me había hablado, pero a la segunda ojeada me olvidé de lo que pudiera decirse de ellos en general y sólo pensé, con curiosidad, en lo que podía significar para mí su forma de vida. La mujer se mostraba siempre misteriosa, y el marido, decepcionado y ofendido, pero cuando se había estado con ellos tiempo suficiente se veía que la mujer no tenía ningún secreto y que el marido era muy divertido y alegre. Sin embargo, todas las mañanas había que acostumbrarse otra vez al hecho de que sus rostros misteriosos y desengañados no significaban nada. El marido dibujaba carteles de anuncio para las películas de estreno de San Luis y la mujer le ayudaba pintando los fondos. Él pintaba también cuadros que representaban la colonización del oeste —paisajes con carretas de pioneros y barcos de vapor— y los vendía a los almacenes. Su mutuo afecto era tan fuerte que siempre se transformaba en una breve irritación. Sentían esa irritación de antemano y se calmaban mutuamente, pero esos mismos esfuerzos provocaban la irritación. Para tranquilizarse, en lugar de separarse y dejar de hablar, permanecían acariciándose y abrazándose en algún lugar estrecho, cada vez más irritados y hartos, y seguían calmándose con sus nombres cariñosos —también en sus peleas utilizaban exclusivamente nombres cariñosos—, hasta que verdaderamente se tranquilizaban poco a poco y podían separarse. Ésos eran los únicos momentos en que gozaban de una especie de vacaciones mutuas. Vivían ya desde hacía diez años sin perderse de vista ni un solo día.

Sin embargo, todavía no sabían ambos cómo llevarse la corriente mutuamente. Cuando alguno de los dos había hecho un trabajo, eso no quería decir que la próxima vez tuviera que hacerlo, pero tampoco que le correspondería hacerlo al otro; toda actividad tenía que negociarse desde cero, y como cada vez querían realizarla ambos, siempre necesitaban mucho tiempo para llegar a un acuerdo. Aún no habían asumido ningún papel: el que a uno le gustase algo que el otro hiciera, tanto si se trataba de pintar, cocinar, decir algo o simplemente moverse, no quería decir que el otro, a la vez siguiente, pintaría lo mismo, cocinaría igual, diría algo parecido o intentaría repetir sus movimientos, pero tampoco que haría lo contrario; sencillamente, en su trato mutuo tenían que empezar cada vez de nuevo.



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