Carbono modificado by Richard Morgan

Carbono modificado by Richard Morgan

autor:Richard Morgan [Morgan, Richard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2002-01-01T00:00:00+00:00


VEINTIUNO

—¿Conoces la sinamorfesterona?

—De oídas.

Ortega hurgaba distraídamente con la bota en la arena, aún mojada tras la bajada de la marea. A nuestro paso, las huellas se iban rellenando con el agua que rezumaba. La playa, curvada, estaba desierta en ambas direcciones. Estábamos solos, aparte de las gaviotas que revoloteaban en formaciones geométricas muy por encima de nosotros.

—Bueno, ya que estamos esperando, ¿me pones al día?

—Es una droga para harenes. —Resopló con impaciencia ante mi gesto de incomprensión. No parecía haber dormido muy bien.

—No soy de aquí.

—Me dijiste que habías estado en Sharia.

—Sí, en una expedición militar. No tuvimos mucho tiempo para el aclimatamiento cultural; estábamos demasiado ocupados matando gente.

No era del todo cierto. Tras el saqueo de Zihicce, los emisarios establecieron las bases para un régimen acorde con los principios del Protectorado. Nos deshicimos de los alborotadores, nos infiltramos en las células de la resistencia y las aplastamos, y colocamos colaboradores en el aparato político. Durante todo el proceso aprendimos un montón sobre la cultura local.

Pedí que me trasladaran antes de tiempo.

Ortega se protegió los ojos del sol y escudriñó la playa a un lado y al otro. No se movía nada. Suspiró.

—Es un potenciador de la respuesta masculina —explicó—. Estimula la agresividad, el rendimiento sexual, la confianza. En Oriente Medio y Europa en la calle se conoce como semental; en el sur lo llaman toro. Por aquí no se ve mucho, no pega con el talante local, de lo cual me alegro. Según tengo entendido, puede hacer que las cosas se pongan feas. ¿Por qué? ¿Tropezaste anoche con ella?

—Algo así. —Era más o menos lo que había averiguado por la noche en las bases de datos del Hendrix, aunque más resumido y con menos jerga química. Y el comportamiento de Curtis encajaba al dedillo con la lista de síntomas y efectos secundarios—. Si quisiera comprar, ¿de dónde podría sacarla? Con facilidad, quiero decir.

Ortega me lanzó una mirada cortante y se encaminó hacia la parte seca de la playa.

—Ya te he dicho que aquí no se ve mucho. —Sincronizaba sus palabras con los pasos trabajosos, que se hundían en la arena—. Tendrías que preguntar por ahí. Buscar a alguien con contactos fuera de la ciudad. O conseguir que te la sinteticen aquí. Pero me parece que, tratándose de una hormona de diseño, saldría más caro que comprarla directamente en el sur.

Se detuvo en la cresta de una duna y echó otro vistazo a su alrededor.

—¿Dónde coño está?

—Puede que no venga —contesté, hosco.

Yo tampoco había dormido muy bien. Tras la marcha de Rodrigo Bautista, me había pasado casi toda la noche rumiando sobre las piezas inconexas del rompecabezas de Bancroft y aguantándome las ganas de fumar. Tenía la sensación de que acababa de apoyar la cabeza en la almohada cuando el Hendrix me despertó para pasarme la llamada de Ortega, escandalosamente temprano.

—Vendrá —aseguró Ortega—. Hemos establecido el enlace con su línea personal. Es probable que la llamada esté retenida en el sistema de seguridad de entrada; no llevamos aquí más de diez segundos de tiempo real.



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