Caos calmo by Sandro Veronesi

Caos calmo by Sandro Veronesi

autor:Sandro Veronesi [Veronesi, Sandro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2005-09-20T16:00:00+00:00


21

Ahora las cosas van decididamente mejor, pero esta mañana…

Esta mañana, antes del amanecer, cuando me he despertado en el sofá, Carlo ya no estaba y con él había desaparecido el opio y la parafernalia utilizada para fumarlo. Me he levantado para ir a la habitación pero me he dado cuenta de que me encontraba fatal y he tenido que ir corriendo al lavabo, para vomitar. Y mientras estaba allí, vomitando, abrazado a la taza del váter, he visto que Dylan me miraba desde la puerta entrecerrada, se diría que consternado. Ha sido un instante, Dylan ha desaparecido enseguida, pero en ese instante me he avergonzado como nunca en mi vida y me ha parecido literalmente imposible poder convivir con tamaña vergüenza. De tan sucio como me he sentido, en ese momento, y estúpido, e indigno incluso de la piedad de un perro, habría preferido hundirme con el vómito váter abajo, como en esa escena de Trainspotting, antes que salir del lavabo y cruzarme, quién sabe, con la mirada de Mac, la niñera de Claudia, que siempre se levanta antes del amanecer y es limpia de corazón. Despertar a Claudia, desayunar con ella, llevarla al colegio y quedarme delante a esperarla como todos los días me ha parecido de repente un Edén perdido. Todo estaba muy claro, en ese momento: yo no era digno de ocuparme de mi hija; antes o después esa verdad saldría a flote; antes o después haría algo terrible.

Luego, como suele ocurrir, esta sensación ha empezado a hacerse más débil, mucho menos nítida, yo he dejado de vomitar y cuando me he puesto en pie me he dado cuenta de que las piernas me sostenían y de que yo aún tenía un futuro por delante. Al tirar de la cadena, el vómito se ha marchado de allí en un remolino verduzco; a mi pesar, he empezado a pensar que podría salir como si nada. He cerrado la puerta con llave, he llenado la bañera con agua caliente, me he desnudado, me he sumergido en la bañera y luego me he lavado con tesón, utilizando todos los productos que tenía al alcance de la mano. Luego me he secado en el mullido albornoz, me he afeitado con esmero, me he puesto ropa interior y camisa limpias, un traje gris perfectamente planchado, zapatos brillantes, la corbata más bonita que tengo y así, recurriendo a todo lo mejor que tenía a mi disposición, he empezado a sentir dentro de mí el valor para seguir adelante. Era una especie de engaño, es cierto, pero funcionaba: el hábito hacía al monje. Entretanto, el sol despuntaba: un sol violento, absurdo a estas alturas de octubre. He mirado por la ventana del salón al exterior, abajo en la calle, viendo a las personas que se apresuraban para ir al trabajo, y me he sentido peor que todos ellos, sí, pero no hasta el punto de no poder ya ni siquiera mezclarme con ellos. He sacado a Dylan a la calle, he observado cómo cagaba



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