Calle de los ladrones by Mathias Énard

Calle de los ladrones by Mathias Énard

autor:Mathias Énard [Énard, Mathias]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2012-08-17T16:00:00+00:00


Sucedió en enero. Un golpe del Destino, uno más; no veíamos un céntimo de nuestro salario desde septiembre, yo a punto estaba de desesperar, planteándome muy seriamente reengancharme con los peludos muertos, Judit ya casi no me decía nada o respondía a mis mensajes muy lacónicamente hasta el punto que empecé a sospechar si no habría encontrado a algún otro, hasta que una tarde, cuando llegamos a Algeciras por la mañana como de costumbre y tras esperar todo el día la orden de hacernos a la mar sin comprender por qué no nos íbamos, el capitán nos convocó. En la cafetería éramos treinta y dos. Él tenía una cara rara, puede que sorprendido, o abatido, o las dos cosas a la vez. No se anduvo con rodeos. Dijo muchachos, los barcos están retenidos por la justicia española. No podemos movernos de aquí hasta nueva orden. La compañía debe millones de euros de carburante y de derechos portuarios. Así están las cosas. Alzó la vista hacia la sala. Todo el mundo empezó a hablar al mismo tiempo. Él respondió a las preguntas de los que estaban más cerca. Sí, podéis volver a Tánger en un transbordador de la competencia, os cogerán, por supuesto. Pero eso será considerado como una deserción, una ruptura del contrato y perderéis todos vuestros derechos sobre vuestros salarios impagados en caso de que se vendan los buques. En fin, eso es lo que me ha parecido entender.

Aquello resultaba completamente absurdo. Estábamos atrapados en el puerto de Algeciras. Pues bueno, volveré, pensé. De nuevo con el señor Bourrelier y la Gran Guerra, de donde no debería haberme marchado.

El capitán continuó respondiendo preguntas.

—Por suerte los depósitos están llenos, tenemos carburante para electricidad y calefacción para mucho tiempo. También deberíamos poder arreglárnoslas para no morir de hambre. En el peor de los casos pediremos a los colegas que nos abastezcan desde Tánger.

»Yo estoy obligado a quedarme, sí. Pero vosotros… vosotros haced lo que queráis.

»Puede que dos semanas. Puede que menos. Bastaría con que la compañía pagase una parte de deuda para que nos levantasen el bloqueo.

»Sitio precisamente no nos faltará. Tenemos todas las cabinas… Hasta debe de haber sábanas y colchas extra.

»Yo qué sé, podemos jugar a las cartas. Si estuviésemos en la marina militar aprovecharíamos para pintar el casco.

Se echó a reír. Por otra parte, había varios tipos riendo. Pero también otros a los que aquello no les pareció tan divertido. Los que tenían mujer e hijos en Tánger, por ejemplo. Era una sensación extraña, estar encerrados allí, a diez millas de nuestra casa: menos de una hora en bicicleta en terreno llano.

El día siguiente, la noticia aparecía en el periódico local, que nos trajeron los estibadores españoles:



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