Café solo by Agatha Christie

Café solo by Agatha Christie

autor:Agatha Christie
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Policiaca
publicado: 1930-12-07T16:00:00+00:00


11

El doctor Graham dejó su maletín sobre la mesita auxiliar y se sentó en el sofá.

—Me temo que tengo malas noticias, monsieur Poirot —anunció.

—¿Malas noticias? ¿Sí? ¿Ha descubierto la causa de la muerte de sir Claud?

—En efecto. Su muerte se debió a un envenenamiento con un poderoso alcaloide vegetal —declaró Graham.

—¿Cómo la hioscina? —sugirió Poirot levantando la caja de medicamentos de la mesa.

—Pues sí, exactamente.

La acertada conjetura del detective sorprendió al doctor Graham. Poirot llevó la caja al otro extre mo de la habitación y la dejó sobre la mesa del gramófono. Hastings lo siguió hasta allí.

Entretanto, Richard Amory se sentó en el sofá, junto al médico.

—¿Qué significa esto? —preguntó Richard al doctor Graham.

—Para empezar, significa que tendrá que intervenir la policía —respondió el médico.

—¡Dios mío! ¡Es terrible! ¿No puede hacer algo para encubrir este asunto?

Graham miró fijamente al joven Amory antes de responder con voz serena y pausada:

—Mi querido Richard, créame, nadie está tan afligido como yo por esta horrible calamidad. Sobre todo porque parece evidente que la víctima no tomó el veneno voluntariamente.

Richard guardó silencio durante unos segundos antes de preguntar con un hilo de voz:

—¿Quiere decir que ha sido un asesinato? —Graham asintió con aire solemne—. ¡Un asesinato! —exclamó Richard—. ¿Qué vamos a hacer?

Graham adoptó una actitud más expeditiva y explicó el procedimiento.

—Ya lo he notificado al juez. La investigación se llevará a cabo mañana en el King's Arms.

—¿Quiere decir que tendrá que intervenir la policía? ¿No hay más remedio?

—No. Y usted debería saberlo, Richard —respondió al doctor.

—Pero ¿por qué no me advirtió…? —comenzó Richard con furia.

—Vamos, Richard. Contrólese. Sabe perfectamente que sólo he dado los pasos que he considerado necesarios —interrumpió Graham—. Después de todo, en estos casos no hay que perder un minuto.

—¡Dios santo! —exclamó el joven Amory.

—Lo entiendo, Richard —dijo el médico con tono más amable—. Sé que ha sufrido una terrible impresión. Pero debo nacerle algunas preguntas. ¿Se siente en condiciones de responderlas?

Richard hizo un esfuerzo visible para recuperar la compostura.

—¿Qué quiere saber? —preguntó.

—En primer lugar, ¿qué comió y bebió su padre anoche durante la cena?

—Veamos, todos comimos lo mismo. Sopa, lenguado frito, costillas de cordero y macedonia de frutas.

—¿Y qué me dice de la bebida? —preguntó Graham.

Richard reflexionó antes de responder:

—Mi padre y mi tía bebieron vino tinto. Y si no me equivoco, Raynor también. Yo bebí whisky con soda, y el doctor Carelli… sí, Carelli bebió vino blanco.

—Ya. El misterioso doctor Carelli —murmuró Graham—. Perdone mi indiscreción, Richard, pero ¿conoce bien a ese hombre?

Hastings se acercó a los dos hombres para escuchar bien la respuesta de Richard Amory.

—No sé nada del doctor Carelli —respondió el joven—. Hasta ayer no lo conocía ni había oído hablar de él.

—Pero es amigo de su esposa, ¿no? —preguntó el médico.

—Eso parece.

—¿Ella lo conoce bien?

—Oh, no. No es más que un antiguo conocido.

Graham chasqueó la lengua y asintió.

—Supongo que no le habrán permitido salir de la casa —dijo.

—No —aseguró Richard—. Anoche le dije que hasta que se aclarara este asunto, y me refiero al robo de la fórmula, debía permanecer en la casa.



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