BREVE HISTORIA DE LOS GLADIADORES by Daniel Mannix

BREVE HISTORIA DE LOS GLADIADORES by Daniel Mannix

autor:Daniel Mannix
Format: epub
editor: www.papyrefb2.net


VIII

Era ya mediodía. Los gladiadores que habían salido tras la caza del cocodrilo eran los meridiani, hombres de segunda fila que luchaban al mediodía, cuando los patricios se iban a casa a comer y sólo quedaba la plebe. En las gradas, se abrían las cestas de comida, se sacaban las frascas de vino y el populacho picaba algo mientras los infortunados de allí abajo luchaban hasta la muerte.

Durante el transcurso de este periodo de inactividad, el Director de los Juegos tuvo tiempo para ir a hablar con Carpophorus. «¿Cómo te encuentras?», le preguntó, mientras observaba la gran cantidad de vendajes ensangrentados que cubrían el costado derecho del venator.

«Me encuentro muy bien», respondió Carpophorus algo resentido. Como cualquier bestiario experimentado, odiaba recordar que algún animal, aunque fuese un tigre, le había arrebatado lo mejor de sí mismo.

El maestro de los juegos le daba vueltas a una cuestión. «Justo después del mediodía, tendremos un holocausto de prisioneros. Los leones los matarán, pero quisiera reservar hasta mañana a los mejores devoradores de hombres. Si los sacamos hoy, se atiborrarán, y para las festividades programadas para mañana, que serán muy celebradas, ya estarán ahítos. Pero no queremos que el espectáculo se ralentice. Los leones nuevos tienen que atacar enseguida a los prisioneros; no correr alrededor de la barrera o agazaparse en la arena».

«¿Y yo qué quieres que haga?», gruñó Carpophorus. «Los leones salvajes no atacarán a nadie si no están en la arena los devoradores de hombres entrenados».

«No me discutas, sólo piensa qué hacemos», replicó fríamente el Director de los Juegos. «Acuérdate de que aún tenemos cinco días más de juegos por delante. Contéstame así otra vez y te dejo delante de un tigre con las manos atadas a la espalda». El Director de los Juegos se alejó a grandes zancadas.

Después de rezongar para sí mismo, Carpophorus empezó a pensar. No era la amenaza del Director de los Juegos lo que le molestaba; era su propia reputación como bestiario que podía obrar milagros. Se sentó un rato con la cabeza entre las manos, gruñendo a los esclavos que arrastraban a los meridiana muertos por los pies, pero se negaba a moverse del pasillo. Entonces se le ocurrió una idea y, levantándose dolorido, se dirigió hacia los fosos más profundos donde estaban confinados los prisioneros.

Descendió una rampa tras otra. Los prisioneros condenados a muerte en la arena, se podían movilizar con más facilidad, por lo que eran encerrados en niveles más bajos que los animales, cuyas celdas estaban en el nivel superior. Carpophorus rara vez bajaba allí, así que tuvo que preguntar constantemente el camino a los guardias que vigilaban en los descansillos, los cuales tenían antorchas encendidas colgadas de los soportes de la pared. Al fin alcanzó el nivel que buscaba y, después de una larga caminata y muchas vueltas, llegó frente a la puerta de roble tras la cual esperaban encerrados los prisioneros condenados a morir esa misma tarde.

Eran judíos, capturados durante una de las muchas incursiones por sorpresa que se hacían en Palestina.



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