Boomerang by Nicolas Freeling

Boomerang by Nicolas Freeling

autor:Nicolas Freeling [Freeling, Nicolas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1963-12-31T16:00:00+00:00


PARTE CUARTA

CONOCIMIENTO

1

Las verduras estaban ya en la sopa, junto con una salchicha ahumada, y su perfume inundaba la casa. Podríamos tomar un poco hoy, pero sólo al día siguiente alcanzaría la sopa su verdadera apoteosis; Arlette afirma que ha de dejarse reposar toda la noche para que realmente adquiera sabor. Entonces es cuando saca el hueso, y el trozo de cerdo adobado. Este trozo lo corta en filetes que coloca sobre el pan de centeno con abundante mostaza, sagrado acompañamiento de la sopa de guisantes; no es sólo una sopa, es toda una comida, como la bullabesa. A mí me gusta con patas de ternera —me gusta ese tacto viscoso y gelatinoso que le da a la sopa, y además me gusta la sopa tan espesa que se pueda saltar sobre ella— pero Arlette asegura que el hueso de vaca le da mejor sabor.

Husmeé ávida y ruidosamente.

—Demasiado pronto todavía —advirtió con tono de reprobación.

Estaba sentada junto al fuego —«detrás de la estufa», como dicen los holandeses— leyendo Paris Match.

—No comas galletas; te quitarán el apetito.

En un día como este toda Holanda hace sopa de guisantes. Tal vez el ama de Besançon se la hiciera también, y él se sentaría en su cuarto escuchando el gramófono o leyendo, y tal vez experimentaría algo de la misma sensación de contento que experimentaba yo. Su esposa que había sido una de las primeras en salir por la chimenea convertida en humo. ¿Pensaría a menudo aquel hombre en la sopa que ella solía hacer? ¿Qué se sentiría cuando a uno no le quedaba nadie? ¿Absolutamente nadie?

Me sentía más harto de mi problema que nunca. Era tan poco importante, tan decididamente trivial. Un brote de superstición campesina y de resentimiento puritano. Una especie de sabotaje. Sea quien fuese el culpable, era alguien patético y chiflado. Había provocado, es cierto, dos muertes, y ni siquiera eso conseguía sacarme de mi aburrimiento. Ni Will Reinders ni el lechero me parecían figuras excesivamente trágicas.

Pero era importante; era mi trabajo, mi deber. El trabajo al que yo estaba dedicado, pero debía recordármelo continuamente. No podía evitarlo; aquella tarde estaba harto. Tenía el informe acerca del asunto de la Mimosastraat en el bolsillo… ¡al diablo!; igual podía leerlo mañana. De estar aquella tarde en Amsterdam, hubiera llevado a Arlette al cine. Pero no en Zwinderen, donde el palacio de las diversiones local se consagraba al esparcimiento de rústicos jóvenes, ciencia ficción y comedias musicales americanas de hacía diez años. Aquella noche ponían una comedia, de ese estilo inglés con duques excéntricos, ladrones burlescos, una persecución en coches bienamados y vetustos, y una altanera solterona de avanzada edad que golpeaba con el bolso a los policías díscolos.

—¿Qué vas a hacer esta noche? —preguntó perezosamente Arlette.

—Precisamente eso es lo que te iba a preguntar yo a ti.

—Ponen un encantador partido de fútbol de la Copa de Europa. Me gustaría mucho verlo… ¿o tal vez pensabas salir?

Cosa extraña, no me apetecía gran cosa; en circunstancias normales la Copa de Europa me apasiona.

—Es posible, si soportas estar sin mí.



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