Boleros en La Habana by Roberto Ampuero

Boleros en La Habana by Roberto Ampuero

autor:Roberto Ampuero [Ampuero, Roberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-01T05:00:00+00:00


16

En medio de la oscuridad del solitario paraje costero, los focos del vehículo que los seguía, altos y potentes, encandilaron a Cayetano Brulé y a Bernardo Suzuki a través de los retrovisores. El detective redujo la marcha del Lada con la esperanza de que los sobrepasaran, pero aquellos focos continuaban caldeando sus nucas.

—¡Carro del carajo! —protestó Cayetano al notar que su automóvil no respondía al acelerador, que ahora oprimía a fondo—. Parece que se mojó la distribución.

—¿Tendremos que detenernos? —masculló su ayudante, preocupado por la circunstancia y por el hecho de que habían bebido demasiado.

—La cosa está más que fea, Suzukito —advirtió el detective observando a través del retrovisor central—, es una camioneta con tres tipos dentro.

Era medianoche y llovía. Cayetano y Suzuki habían salido horas antes a echarle un vistazo a la fábrica Kindergarten. El instinto del sabueso le indicaba que ella podía resultar clave para la investigación que tenía entre manos.

Sin embargo, había sido imposible acercarse a la empresa por la presencia de un cuidador que ocupaba una caseta a la entrada del terreno. Ante esto, habían optado por continuar viaje a Concón y cenar en el Don Chicho, una simpática picada frente a una caleta de pescadores que ofrece mariscos frescos a precios razonables.

—¿Tiene la pistola, jefecito? —preguntó Suzuki con la voz entrecortada. Afuera se confundían la lluvia, la oscuridad y las dunas desiertas.

—Tenía, pero me la robaron unos asaltantes, era algo que estaba a punto de contarte.

De pronto, el vehículo comenzó a adelantarlos por la pista izquierda. Cayetano mantuvo los ojos fijos en la carretera. Estaba claro que planeaban asaltarlos en aquel descampado. El velocímetro del Lada marcaba ochenta y no daba más. Suzuki oprimió el botón del seguro de su puerta al ver emerger la nariz de la camioneta a la altura de la ventanilla de su jefe.

El vehículo siguió ganando trecho y su ventanilla delantera emparejó a la del Lada. Con los músculos tensos y los dientes apretados, Cayetano se aferró al volante, temía que intentara desalojarlos de la ruta para hacerlos volcar. Bajo la luz de los focos que horadaban el agua se perfiló de improviso una curva muy cerrada.

—¡Cuidado! —bramó Suzuki.

Delante de ellos emergía ahora otro par de focos. Se acercaban raudos por la pista contraria, que ocupaba la camioneta en su maniobra de adelantamiento. Cayetano trató una vez más de imprimir mayor velocidad al Lada, pero fue en vano. Lo único que le quedaba claro era que si la camioneta no retornaba de inmediato a la pista que le correspondía, chocarían frontalmente. ¡Tenía que acelerar para evitar el impacto!, se dijo en medio de la sonajera de motores, y presionó una vez más el pedal.

—¡Frene, jefe, frene por lo que más quiera! —gritó Suzuki y soltó una violenta andanada de golpes contra el brazo derecho de Cayetano.

—¡Coño, chino, qué te pasa! —vociferó el detective y no tuvo más remedio que pisar el freno a fondo, con lo que el Lada resbaló, embistió la berma y retornó a la pista, donde quedó detenido.



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