Blanco inmaculado by Noelia Lorenzo Pino

Blanco inmaculado by Noelia Lorenzo Pino

autor:Noelia Lorenzo Pino [Lorenzo Pino, Noelia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2022-09-01T00:00:00+00:00


* * *

Por fin se habían marchado. Por fin. ¿Hasta cuándo iban a seguir agobiándolos? Flora sabía que estaban recibiendo ese trato por ser quienes eran. Aquella ertzaina de ojos curiosos, Maddi Blasco, no había dejado de decir tonterías e incluso de repetirle alguna pregunta que ya contestó en comisaría. Y dale con el chico nuevo y con las camas deshechas. Qué pesadilla. Por la mañana habían acosado a Irene, a Eva y a Andrés, y por la tarde a ella y… ¿a quién más? Era difícil saberlo porque se dividían para que no pudiera seguirles la pista. Astutas, muy astutas. Supuso que algo tenían que hacer para justificar el sueldo que ganaban. Sí, eso tenía que ser, porque la tal Maddi había estado perdiendo el tiempo con ella, ¿o no lo había estado perdiendo? Aquella mujer la despistaba y le había dejado una mala sensación. ¿Y si sabía más de lo que parecía? Tendría que actuar con más cautela, pasar desapercibida. No le convenía tener más conversaciones con ningún agente de la Ertzaintza. La próxima vez que aparecieran saldría pitando del caserío y punto.

Vio a través de la ventana de la cocina que María Belén y Eva iban agarradas del brazo. Le había pedido que la buscara y se la llevara. María Belén se había resistido al principio. Estaba cansada. ¡Todos estaban cansados! La joven le había asegurado que las ertzainas no habían hablado con ella. Esperaba que no estuviera mintiendo. La muerte de Ariadna había golpeado de tal forma los cimientos de la familia que ya no confiaba en nadie. Deseaba que reconstruyeran rápido el taller para volver cuanto antes a la rutina.

«Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo, conscientes de que el Señor los recompensará con la herencia. Ustedes sirven a Cristo el Señor», se dijo.

El trabajo era el único bálsamo que ahora mismo lograría mitigar la pena.

—Señor, acelera la obra antes de que perdamos el norte —susurró. Se santiguó justo cuando las dos hermanas entraban en la cocina.

—Déjanos solas —pidió a María Belén.

La chica asintió en silencio y abandonó la estancia, cabizbaja.

—Cuéntame con pelos y señales qué querían las ertzainas.

Eva no sabía muy bien si la habían visto con Lur por la mañana o por la tarde. Rogó que no hubieran sido las dos veces.

—Niña, ¿estás sorda?

—La de negro me escuchó hablar. Y entendió que había salido del Periodo de silencio.

—No te oímos en todo el día y casualmente tiene que hacerlo ella. Ni queriendo, Eva. ¡Ni queriendo!

—Hablaba con el abuelo —mintió. Imposible contrastar esa versión.

—¿Y qué te preguntó?

—¿El abuelo?

—No me tomes el pelo, niña. —La señaló con el dedo.

—No lo hago. No he dormido bien. Estoy cansada. —Los espasmos del estómago habían regresado y mordían con ganas.

—¡Otra! ¡Todos estamos cansados!

—Me preguntó por la noche de lo de Ari. Y le conté la versión que mi hermana se empeñó en que contara.

—¿Estoy notando un tono de reproche? Ya sabes que no lo soporto. Ariadna y tú teníais esa manía insana.



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