Bioy by Diego Trelles Paz

Bioy by Diego Trelles Paz

autor:Diego Trelles Paz [Trelles Paz, Diego]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2012-09-07T00:00:00+00:00


8

Al llegar a la fiesta, lo primero que noté fue que Natalio Correa era muy bajo y tenía un lunar negro y peludo en la barbilla. El tipo nos advirtió ni bien cruzamos el último control. No tardó en acercarse a saludarnos con una alegría desmedida que incluyó unos pasitos de baile y un beso en la mejilla a Bioy. A Cristal la tomó de la cintura («¿quihubole, güerita?»), a nosotros nos palmeó la espalda con una mezcla de cortesía y autoridad. Estaba duro y borracho y, para mi gusto, demasiado amigable. Era como si quisiera agradarnos a la fuerza y, por eso, voceaba y gesticulaba y contaba unos chistecitos bastante cojudos y se tocaba los huevos. En el momento en que se quedó callado, dio dos palmaditas discretas al viento y en segundos apareció una altísima morena con las tetas al aire y una bandeja llena de whiskies, y para todos quedó clarísimo que Correa se alucinaba el Gran Gatsby.

«Etiqueta Azul», dijo ella sonriente con acento colombiano. Alcé la vista, hice un paneo hacia ambos lados y comprobé con sorpresa que todas las chicas del servicio iban así. La colocha tenía unos mangos perfectos, redondos y bronceados y con la aureola del pezón grande y maternal; uno de esos pechos que uno chupa mentalmente de manera automática y sin pedir permiso. El vaso no me lo pasó ella sino Correa. De inmediato sospeché que toda esa pantomima del anfitrión simpático no era otra cosa que una trampa. Alcé, no obstante, mi trago para brindar. Todos bebimos. Yo di un sorbo leve. Traté de retener el líquido entre los dientes aunque bien sabía que estando ahí era imposible botarlo. Correa me reclamó molesto si no me gustaba su whisky o qué onda, cabrón, ¿por qué chingados no te lo has bebido todo?, y yo no quise desairarlo, no, me disculpé, qué ocurrencia, maestro, estuve tomando vodka antes de venir y no quería mezclarlo pero lo seco ya mismo de un viaje y zas, ya está, ¿vio?, se acabó y que venga otra ronda más colochita bella, pero alrededor ya no había más colocha ni más gente bebiendo ni más Correa ni más Bioy.

(«No tienes ni puta idea de la cagada en la que estás metido», la voz del capitán Mejía sonó en mi oído con un susurro seco pero no pude verlo).

Lo que sentí después no puedo describirlo con claridad porque, sencillamente, no lo recuerdo bien. Digamos que cerré los ojos por un tiempo indeterminado y que, al abrirlos, estuve tanto en la pista de baile como en la cocina como en el minizoológico como detrás del escenario sin saber muy bien en cuál de todos esos lugares estuve primero o después. La fiesta parecía un carnaval. Olía a anticuchos y a pólvora de cohetecillos navideños. Recuerdo globos y antorchas y luces de bengala y máscaras y estatuas de hielo y comida criolla y abundante cocaína en bandejas de plata. Recuerdo un gentío nervioso y desfachatado que se lo tumbaba todo con ebria algarabía.



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