Bien cocido by Luis Molina Lora

Bien cocido by Luis Molina Lora

autor:Luis Molina Lora [Molina Lora, Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


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MULTICULTURALISMO EN UNA OLLA QUE SE DERRITE

¿Qué de mexicano tiene una taquería mexicana en Toronto cuyo plato principal se avinagra en aguacate y pimientos picantes, y es preparado por un joven árabe inmigrante? Los nuevos dueños son coreanos y los dueños fundadores fueron canadienses. Los platos tienen el aura hospitalaria de las facilidades democráticas, eso es: revestida de una estética putiforme con muchísimas referencias culturales que le permite caber en todas partes, en todas las bocas de variadas lenguas blancas, aunque la primacía sea la impersonal tex-mex. De la misma manera se preguntaba qué de China tiene una sopa china preparada por él. Y si tenía mucho o nada qué importaba aquello a un paladar exigente o condescendiente. Lo cierto era que su sopa china no era la misma y no se lo podía explicar porque seguía al pie de la letra la receta propuesta por el oriental cocinero en jefe. La cocina es química, es, literalmente, combinación de laboratorio en la que el resultado obedece a una fórmula replicada tantas veces como sea necesario, si las condiciones son propicias y exactas. «La cocina es una fórmula», había escuchado tantas veces y hasta él mismo casi se había convencido de no ser por esta sopa china que se negaba a entregarle sus misterios. A no ser, se dijo, que el maldito cocinero le agregue algo que yo no sepa. Tan pronto esa idea atravesó el firmamento, Edward experimentó una furia malsana porque el cocinero estaba jugando con él, haciéndolo quedar como un inútil. Basta de amabilidades, ese viejo cabrón se iba a enterar de lo que era capaz. A pesar de la repugnancia de las palabras de Edward que resumían fielmente los impulsos iniciales, él sabía que no tenía tiempo para dramatismos que involucraran emociones tan básicas como la rabia, la envidia o el temor. Entonces rio porque el viejo cabrón le había hecho pasar un mal momento, pero en especial, porque lo había tomado por sorpresa. Edward se sintió a sí mismo perfecto, bendecido por la sabiduría cultural de quien comprende a todos y los interpreta, por eso rio. Pero, claro, tampoco se podía dejar joder por un hijo de puta chino de mente pequeñita en la que no había cabida para él. La guerra estaba declarada.

Previa autorización del jefe Panceta, Edward mandó instalar tres cámaras en puntos estratégicos de la cocina. Una de ellas daba justo frente a la mesa de corte y a la estufa industrial. Todas, excepto esta, eran de fácil identificación. El mejor lugar para descifrar el tejemaneje de las fórmulas secretas del viejo.

No fue sino hasta que Edward revisó las grabaciones que vino a percatarse de la bolsa de lona verde olivo terciada a la espalda del viejo Yu, cuando llegaba al puesto de trabajo. El aditamento se había convertido, a fuerza de la repetición, en un bolsillo lateral de una foto tantas veces vista. Durante las labores cotidianas, el bolso de larga correa descansaba debajo del mueble en el que preparaba los menjurjes.



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