Belle de Jour by Joseph Kessel

Belle de Jour by Joseph Kessel

autor:Joseph Kessel [Kessel, Joseph]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1928-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo séptimo

Al principio, Severine apenas se fijó en Marcel. Éste llegó a casa de Madame Anaïs una tarde con Hippolyte, quien desde el primer momento llamó la atención de Belle de Jour. Incluso antes de verle, la atmósfera incómoda que se creó al llegar los dos hombres se tradujo en el espíritu de Severine en una curiosidad aguda que era la premonición del deseo.

—Debéis ser simpáticas con Hippolyte —recomendó Madame Anaïs. Lo que sorprendió a Severine fue el tono que empleó su patrona, entre triste y tímido. Cuando les recomendó «cuidados especiales» con aquel desconocido, Madame Anaïs ni siquiera miró la cara de sus muchachas.

—No se preocupe, madame —contestó Charlotte—. Pero yo tenía entendido que ya nos habíamos deshecho para siempre de él.

Madame Anaïs se encogió de hombros y suspiró:

—Es un hombre caprichoso. Un día viene, otro se va y no vuelve a aparecer hasta pasado mucho tiempo; o vuelve al cabo de una semana. No se sabe. Depende de por donde le dé. ¡Qué le vamos a hacer! Os ruego que os portéis bien con él; no os arrepentiréis.

Severine preguntó mientras avanzaba por el pasillo:

—¿Quién es ese Hippolyte?

—No se sabe —susurró Mathilde.

—¿Es rico?

—¿Tú crees? No paga nunca ni un miserable centavo.

—¿Y por qué?

—Madame paga por él. Creíamos que era su amante, pero parece que no. Por todos los síntomas, digo yo. Tal vez la tuvo de querida antes, hace tiempo… Lo único que puedo decirte es que a madame no le gusta que venga con frecuencia. Ha venido dos o tres veces en dos años.

Llegaron ante la puerta de la habitación grande y dudaron unos instantes, turbadas e indecisas, antes de entrar. Severine sintió crecer su inquietud:

—¿Es apasionado?

—No sé qué decir… —murmuró Mathilde.

—¿Violento, brutal?

—Tiene razón Mathilde —dijo Charlotte—; no se sabe bien qué es y qué no es. A veces es un tipo corriente y tranquilo: muy fácil. Pero otras veces es un cerdo, un cochino desvergonzado que te pide de todo. Y hay que obedecerle: no sé cómo se las arregla, pero causa miedo, ¿verdad Mathilde?

Bastaron unos segundos para que Severine participara de los sentimientos de sus compañeras. Hippolyte era una especie de masa bárbara, salvaje, un hombre marcado por la rudeza, mucho más ancho y alto que el resto de los hombres que Severine había visto en su vida. Una mole inmensa y decidida, con la autonomía de un ciclón. Nada había de especialmente cruel en su rostro; sólo una gordura que rebasaba los límites corrientes. Contrastaba su inmovilidad majestuosa, casi mortal, con la feroz vida animal que coloreaba sus labios de un rojo sombrío, apretaba sus mandíbulas semejantes a una trampa para fieras y convertía sus puños en mazas de carne y hueso. ¿Qué intimidaba en él? ¿Su forma de liar y pegar los cigarrillos? ¿El minúsculo aro de oro que le colgaba de la oreja derecha? Severine, como sus compañeras, no hubiera podido expresar el miedo que, ante la presencia de aquel hombre, comenzó a deslizarse por sus venas. Como si estuviese fascinada, no podía



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