Belinda by Maria Edgeworth

Belinda by Maria Edgeworth

autor:Maria Edgeworth [Maria Edgeworth]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788417626495
editor: 2021
publicado: 2021-04-18T22:00:00+00:00


64 N. de la Trad.: De acuerdo con el Libro IV de El paraíso perdido (Paradise Lost), de John Milton (1667), el ángel Ithuriel toca a Satanás con su lanza para que este asuma su forma real después de haber intentado engañar a Eva.

65 N. de la Trad.: Esta es la recomendación que hace uno de los protagonistas en la escena II del primer acto de la comedia The Rivals, de Richard Brinsley Sheridan (1775).

Capítulo 19

Una boda

Belinda y el señor Vincent no acababan de ponerse de acuerdo respecto a la definición de «halago», por lo que una de las partes no dejaba de denunciar la violación del tratado y la otra, de declarar solemnemente su más escrupuloso cumplimiento. En cualquier caso, lo cierto es que de bromas o de veras el caballero fue ganando tanto terreno que, en unas semanas, consiguió que la dama llegase al punto de «gratitud y estima».66

Una noche, Belinda estaba jugando con el pequeño Charles Percival a los palitos chinos. El señor Vincent, que se deleitaba con todo aquello que divertía a Belinda, y el señor Percival, que se interesaba por todo lo que entretuviera a sus hijos, observaban este sencillo juego.

—¡El señor Percival rebajándose a observar una partida de palitos chinos! —exclamó Belinda.

—En efecto —repuso lady Anne—, pues comparte con Dryden la opinión de que, si un palito puede ser instrumento de felicidad, sabio será el hombre que no lo desprecie.

—¡Ay, señorita Portman, cuidado! —exclamó Charles, deseoso de que ella venciese aunque fuera su rival—. ¡Preste atención! ¡No toque esa sota!

—Apostaría cien guineas a la firmeza de la mano de la señorita Portman —dijo el señor Vincent.

—Pues yo apuesto seis peniques —replicó Charles con entusiasmo— a que moverá el rey si toca esa sota. ¡Me juego un chelín!

—¡Hecho! ¡Hecho! —exclamó el señor Vincent.

—¡Hecho! ¡Hecho! —exclamó el niño, tendiendo la mano, que el padre interceptó.

—Despacio, despacio, Charles. Sin apuestas, por favor, hijo mío. ¿Cómo que «¡hecho!»? A veces lo hecho acaba deshecho.

—Perdón, la culpa ha sido mía —terció de inmediato el señor Vincent con la franqueza que mostraba tanto en cuestiones baladíes como en las de peso.

—Pero te acabas de enmendar —dijo el señor Percival— y no es que yo lo diga, la señorita Portman también lo piensa, como nos muestra su sonrisa.

—¡Lo ha movido, señorita Portman! —gritó Charles—. ¡Ya lo creo! La cabeza del rey se ha movido en el instante en que papá ha hablado. Sabía que era imposible que pudiera liberar esa sota sin mover el rey. ¡Papá, mira cómo estaban en equilibrio!

—Está claro que habría hecho una apuesta imprudente. Menos mal que me abstuve, pues ahora veo que las probabilidades eran de diez a uno, veinte a uno y cien a uno en mi contra.

—No me parece que sea una cuestión de probabilidad —repuso el señor Percival—. Es un juego de destreza, no de azar, y por eso me gusta.

—¡Mira, papá! Señorita Portman, mire qué bien equilibrados están los palitos. ¡Ay! Los he movido al respirar. ¡Mire, mire! Se mueven y tiemblan como las grandes rocas de Brimham Crags.



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