Bebés jugando con cuchillos by Santiago Eximeno

Bebés jugando con cuchillos by Santiago Eximeno

autor:Santiago Eximeno [Eximeno, Santiago]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Terror, Fantasía
editor: Ediciones del Cruciforme&PremaEbooks
publicado: 2013-02-20T00:00:00+00:00


Salve a la niña.

Miró a la anciana, y entonces comprendió que aquella sonrisa era una máscara, una horrible máscara. Arrancó el papel de sus manos, leyó de nuevo. Salve a la niña.

—¿Qué coño... qué coño es esto? —dijo, mostrando el papel a la anciana.

—¿Me da su tarjeta, por favor? —dijo ella.

Santi sintió un miedo irracional recorriendo su espina dorsal. Apoyó las manos sobre el mostrador, acercó su rostro al de la mujer. Cuando descubrió el horror que albergaban sus ojos, una oleada de pánico le hizo retroceder.

—¿Qué... quién es usted? —preguntó, pero su voz se perdió en un susurro.

La anciana sonrió, y algo dentro de Santi se rompió. Gritó y se abalanzó sobre ella, saltando el mostrador. Al hacerlo el cuerpo de la anciana cayó hacia atrás con un crujido, y ambos acabaron en el suelo. Santi se incorporó a medias, sólo para descubrir que el cuerpo de la anciana quebrado a la altura de su cintura. Sus piernas continuaban en pie, ancladas al suelo, como la parte inferior de una figura de cera. Del tronco cercenado brotaba un líquido dorado. Santi gritó, una mezcla de horror y rabia dominando su mente. Miró a la anciana, a la mitad de la anciana, que yacía a sus pies como un muñeco roto.

—¡Joder! ¡Joder! ¿Qué hay arriba? —preguntó, aullando.

La anciana abrió la boca, y la miel brotó a borbotones de su garganta, empapando sus labios, su rostro. Le miró con ojos amarillentos, desesperados.

—¿Qué hay arriba, vieja loca? ¡Maldita seas! ¿Qué coño hay allí arriba, puta asquerosa? —gritó Santi, zarandeándola por los hombros, ignorando su cuerpo quebrado.

—Umbría —balbuceó la anciana, su voz convertida en apenas un zumbido—. Umbría.

Después su cabeza cayó hacia atrás, separándose del tronco y rodando por el suelo. De su tráquea cercenada fluía un líquido espeso, ambarino, tan parecido a la miel que, durante unos segundos, Santi estuvo tentado de hundir su mano en él y llevarse los dedos untados a la boca. Sacudiendo la cabeza para alejar aquellos pensamientos, Santi se incorporó y se dirigió a la puerta. El cuerpo de la anciana no era más que una carcasa vacía, mutilada, que se desmoronaba a cada segundo. Abrió la puerta, y una vaharada de olores dulces, empalagosos, saturaron su olfato. Sintió una arcada, pero se obligó a entrar. Tras la puerta se levantaba un tramo de escaleras, oscuro, con barandillas a ambos lados. Las paredes rezumaban algo parecido a la miel. Es miel, le dijo su mente, todo lo que te rodea es miel. Oyó un zumbido procedente del piso superior. Puso el pie en el primer escalón y a punto estuvo de resbalar. Su mano derecha se agarró a la barandilla, húmeda, y la soltó con un gesto de repugnancia. ¿Habría subido Marta aquellas escaleras? No podía haber salido por ninguna otra parte sin que la viera. Debía de estar allí arriba. Los escalones, al menos medio centenar de ellos, se perdían en la oscuridad, pero entre las sombras descubría en la parte más alta de la escalera los contornos de algo que semejaba una puerta.



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