Azote de sapo by Eduardo Caballero Calderón

Azote de sapo by Eduardo Caballero Calderón

autor:Eduardo Caballero Calderón [Caballero Calderón, Eduardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1974-12-31T16:00:00+00:00


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La noticia no pudo mantenerse oculta mucho tiempo, pues no sólo los periodistas, sino los miembros de la conferencia, insistían en ver al niño otra vez. Se creía que permanecía encerrado en la clínica recuperándose de las alteraciones psíquicas sufridas durante largas jornadas de trabajo con las comisiones científicas. Cada día más sumergido en sus preocupaciones, más dominado por la depresión nerviosa, el profesor Frobenius no lo había vuelto a ver, aunque varias veces pidió que se lo llevaran a la terraza, donde frente a una botella de ginebra pasaba la mayor parte del día. El hecho se había puesto en conocimiento de las autoridades suizas. A su requerimiento los mejores detectives de Francia y de Scotland Yard adelantaban una investigación minuciosa. Era algo inexplicable, pues desde los primeros días de la conferencia el niño estuvo sometido a la más estricta vigilancia y dos enfermeras permanecían día y noche con él, sin abandonarlo un instante.

Cuando el doctor Schwartz no pudo ocultar más tiempo la desaparición del niño, en su desesperación el profesor Frobenius se atrevió a inculpar a su antigua mujer, hoy señora de Brown; pero en poder de un documento en que el profesor le cedía la mitad de sus bienes y regalías, no se veía el interés que pudiera tener en jugarse la propia vida por cometer semejante delito. Sin embargo, varios periódicos americanos y europeos solicitaron una encuesta rigurosa de sus actividades, así como de las del personal administrativo y técnico de la clínica del doctor Schwartz, lo que llevó a este último a formular en la asamblea una protesta indignada que repercutió profundamente en los medios internacionales.

¿Qué gobierno o qué empresa privada tendrían interés en hacer abortar la conferencia de Ginebra en momentos en que se revelaba al mundo entero, y no particularmente a una nación determinada o a un cerrado núcleo de científicos, el descubrimiento más sensacional de todos los tiempos? Era la pregunta que se hacían los periódicos europeos y norteamericanos que seguían apasionadamente la investigación y las cancillerías a quienes comenzaban a preocupar el desarrollo de la conferencia. Un atentado, el secuestro del niño, que venía a interrumpir abruptamente investigaciones trascendentales para el porvenir de la especie, no podía atribuirse al capricho de un loco o al deseo de enriquecimiento súbito de un criminal común. ¿A quién, en fin, podría beneficiar el rapto o el asesinato del primer hombre nacido en circunstancias excepcionales que de repetirse y universalizarse transformaría en poco tiempo la vida sobre la tierra?

El doctor Schwartz exponía la tesis de que el ser humano, tan orgulloso de las hazañas científicas cuando se referían al mundo circundante y a la creación de máquinas e instrumentos para avasallarlo, le tenía horror a la mutación de la especie, a su radical transformación interior. Algo semejante ocurre con ciertos enfermos mentales que no quieren curarse de sus vicios o de sus aberraciones sexuales. Y en esto coincidía con la tesis del doctor Cadogan, cuyas opiniones se transcribieron en otra parte. El hombre



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