Ayapá: cuentos de jicotea by Lydia Cabrera

Ayapá: cuentos de jicotea by Lydia Cabrera

autor:Lydia Cabrera [Cabrera, Lydia]
Format: epub
Tags: prose_contemporary
editor: www.papyrefb2.net


—Aquí llevo yo un tablero

Que parece una diamela.

Llevo torta de canela,

Llevo torta de limón,

Merenguitos, bizcochuelo,

Yemas dobles, masa real...

Yo vivo en Jesús María,

Número ciento catorce,

Donde cantan los sinsontes,

Donde trina el ruiseñor.

Aquel pulquérrimo y apuesto dulcero, siempre vestido de blanco —de azúcar— con el tablero de limpios cristales en la cabeza, parecía llegar acompañado de una bandada de pájaros y flores, exhalando de sus manos de chocolate de regalo, el buen olor de la canela, de la vainilla y del anís, lo rechazaba ahora bruscamente. Las súplicas sustituyendo invariablemente unas monedas de cobre no lograban hacer bajar del cielo a la tierra aquel mostrador de exquisiteces, aquel minúsculo jardín imaginario de diamelas y caramelos, de ajonjolí, de pastillas de mamey, de almendras garrapiñadas, de pastelitos dorados de crema y de guayaba, que entre rápidas alas de ruiseñores y sinsontes desaparecía en una nube al doblar la esquina. Y Francisquillo tenía que contentarse, enmustiado, en lamer el almíbar en el aire que la presencia del dulcero endulzaba. ¡Se acabaron también los globos, los trompos, las bolas de vidrio, los papalotes de encendidos colores con rabos interminables de lunecillas y mariposas; fanfarrones, retadores “Coroneles” de temibles navajas que había aprendido a empinar, anguilas veloces en el lago de la tarde, zigzagueando alto sobre los miradores!

Cada vendedor ambulante que cruzaba era un diario y público recordatorio de alguna deuda pendiente.

—¡Caballitos! ¿Quién no come caballitos con café?

“¡Yo!”, hubiera podido responder la negra al vendedor de los caballitos de panetela.

En María Francisca, la soberbia y la codicia maniatadas mezclaban sus furias implacables. A su vanidad, no le quedaban más que una bata sin almidón y algún calandrajo. El isleño baratillero que la arruinó, aquel hombre que era en realidad, más que un hombre, un armario ambulante repleto de mercancías que le hacían perder el seso, después de embolsarse su último centén, se había cerrado, para ella, herméticamente. La negra lo odiaba... Por último, la Framboyán, tras mucho esperar que a Francisco le soplara el naipe y le cayera trabajo —literalmente del cielo, como un paquete—, después de un tremendo altercado con amenaza de entregarlo a la justicia, los plantó en la calle. Y la Framboyán creyó oportuno gritar con toda la fuerza de sus pulmones:

—¡Vividores, explotadores, sinvergüenzas!... ¿Hasta cuándo iban a abusar de mi bondad? —Y el solar entero daba la razón esta vez a la Framboyán.

“Trabaja”, le aconsejaban a María Francisca las vecinas que antes habían disfrutado de su abundancia ahora cansadas de prestarle, quién una patata, un diente de ajo, quién una cebolla, un tomate o algún sobrante. “Busca una colocación. Despabila, lava o hazte limosnera con el favor de Dios. Después de todo, bien puede Francisco ganarte un jornal.” Pero Francisco, en contacto con el hampa y el progreso, tenía otras ambiciones. María Francisca aspiraba a más. En sus paseos por la ciudad había entrevisto cómo vivían los ricos, a quienes creía concebidos exclusivamente para la felicidad,



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.