¿Y si nos perdemos? by Paris Yolanda

¿Y si nos perdemos? by Paris Yolanda

autor:Paris Yolanda
La lengua: spa
Format: epub
editor: Zafiro eBooks
publicado: 2018-05-17T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 22

Selva amazónica

Sin moverse de la posición en la que estaban, Mario y Celeste levantaron las manos con la cara desencajada.

—Levantaos de ahí —ordenó uno de los hombres que los estaba apuntando.

Sin decir nada, ambos se pusieron en pie y, sin bajar las manos, se quedaron frente a ellos, las armas apuntando a sus cabezas.

—Caminad —exigió otro de los hombres, que se puso detrás de ellos y los empujó con el cañón del arma.

Caminando, con las manos en alto y encañonados por dos hombres, llegaron hasta un pequeño campamento, que no era otra cosa más que un descampado, con unas cuantas piedras que hacían las veces de asientos y unos coches aparcados con pintura verde de camuflaje.

—Somos… —empezó a decir Celeste.

—¡Cállate! —le ordenó uno de los hombres—, no quiero oír ni una sola palabra.

—Chica miedosa —le susurró Mario—, no digas nada, es lo mejor.

Uno de los hombres se alejó y al rato volvió con sus mochilas.

—¿Esto es vuestro?

—Sí —respondió Mario a secas.

Empezó a revisar las bolsas y a sacar todo lo que había en ellas, hasta encontrar sus carteras y extraer sus identificaciones.

—Señorita Ortiz y señor Torres… —dijo lentamente mientras con una seña hacía que su compañero bajara el arma y le entregaba sus pertenencias.

—Ésos son nuestros…

—Chist —la mandó callar—. Daos la vuelta.

Ellos obedecieron con mucha cautela, sin bajar las manos, y quedaron frente a los dos hombres, que ya no los apuntaban con las armas, pero que las tenían muy a mano. Mario se adelantó un paso y puso a Celeste detrás, como protegiéndola.

De repente se oyó una voz a su espalda.

—¿Qué está pasando aquí?

Los tres hombres se cuadraron delante del que acababa de llegar, que parecía tener autoridad sobre el resto.

—Mi señor —habló uno de ellos—, estas personas han estado a punto de arruinar la misión.

—Pueden bajar las manos —les ordenó el otro—. ¿Qué hacen por aquí?

Ambos bajaron los brazos con cuidado y Mario se apresuró a hablar mientras Celeste se masajeaba los hombros, que le dolían de tener las manos en alto.

—Somos turistas y llevamos una semana perdidos en la selva.

—Si mira nuestros pasaportes —intervino ella, adelantándose—, verá que somos de fuera y por nosotros como si no hubiéramos visto nada, ustedes sigan a su faena. Él y yo nos vamos por donde hemos venido y ya. Que cada uno tiene su trabajo, oye, que no es cosa nuestra…

Mario la agarró del brazo e intentó ponerla detrás de él, pero ella estaba tan nerviosa que hablaba y hablaba sin dejar meter baza a nadie mientras los hombres la miraban sorprendidos y sin dar crédito a todo lo que estaba soltando por la boca.

—¿Puede hacer el favor de callar? —le pidió el hombre más mayor.

—Hombre…, como poder, puedo, pero es que quiero recalcarle que llevamos una semana perdidos en la selva y que podemos seguir así unos días más… Total…, si tenemos almendras en el bolso y agua de lluvia…

—¡Basta! —exclamó—. Subidlos al jeep y sacadlos de aquí.

—No nos maten, por favorrrrrrrr —suplicó Celeste en un último intento.

—¿Te quieres callar y no dar ideas? —le dijo Mario muy serio.



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