Aviraneta by Pío Baroja

Aviraneta by Pío Baroja

autor:Pío Baroja [Baroja, Pío]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1930-12-31T16:00:00+00:00


XXVII

LA SOCIEDAD ISABELINA

EN 1833 estaba Aviraneta en Madrid, adonde fue acogiéndose al decreto de amnistía general dado después del otorgamiento de poderes a la reina por la enfermedad de Fernando VII. Se aproximaba el momento de la catástrofe; Fernando VII se agravaba por momentos. Aviraneta había organizado la Sociedad Isabelina, integrada principalmente por militares y empleados; los afiliados formaban triángulos para ayudarse mutuamente y escalar las más altas posiciones.

Mientras tanto, la conmoción popular aumentaba; los cristinos y los carlistas se iban a las manos en los barrios bajos, y todas las noches había jarana y tiros y vivas a Carlos V y a la Constitución.

Los cafés se convertían en centros de política.

Llegó el 30 de junio de 1833, fecha fijada para la jura de la princesa de Asturias. Con este motivo se temió que hubiera alborotos aquel día y los siguientes. Aviraneta comunicó los acuerdos de su partido, y la Junta cristina y la isabelina se mantuvieron en sesión permanente. A medida que pasaba el tiempo la situación política iba haciéndose más oscura. Los amigos de Aviraneta afirmaban que las revueltas no se harían esperar.

En el mes de septiembre se agravó la enfermedad del rey y se temió por instantes por su vida.

Tenía Aviraneta en Palacio un amigo que le participaba el curso de la enfermedad del monarca. Recibió una mañana el aviso de que el rey estaba en la agonía. A las seis de la tarde, la noticia de la muerte del rey era general. La gente andaba por las calles sorprendida y perpleja. Todo el mundo se figuraba que iba a ocurrir algo, aunque no se sabía qué.

Aviraneta, después de cenar, fue a una reunión liberal en una casa de la calle del Arenal, inmediata a la del conde de Oñate. En el salón del piso principal había de cuarenta a cuarenta y cinco personas reunidas en varios grupos. Iba entrando, poco a poco, más gente. Llegaron a congregarse hasta cien individuos de todas castas y pelajes.

A las diez, los cristinos, iniciadores de la reunión, dieron comienzo al acto; presidían la mesa el abogado Cambronero y Donoso Cortés, los dos muy guapos y currutacos, y don Rufino García Carrasco.

El abogado Cambronero tomó la palabra, y vino a decir de una manera florida que era necesario apoyar al Gobierno, a la reina gobernadora y a la inocente Isabel, y que todos los reunidos debían colaborar a tan santo fin.

Aviraneta, pensando que estaban divagando todos aquellos señores y sin aclarar la cuestión principal, pidió la palabra.

Avanzó hasta el centro del salón con un rictus amargo en la boca, y comenzó a hablar de manera seca, áspera y cortante.

Aquella voz agria, aquella mirada siniestra, aquel tipo de pajarraco produjeron gran expectación.

Dijo que la situación había cambiado en veinticuatro horas con la muerte del rey; que todo lo que fueran dilaciones, todo lo que no fuera idear un plan y realizarlo, no sólo era perder tiempo, sino retroceder. Y terminó diciendo:

—Creo, señores, que hoy lo prudente y lo práctico es asaltar el



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