Aves migratorias by Marianne Fredriksson

Aves migratorias by Marianne Fredriksson

autor:Marianne Fredriksson [Fredriksson, Marianne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1998-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 22

Mira se había acostado un rato en la cama de Inge. Tenía la cara hinchada, pero estaba más tranquila.

—No soy una persona tonta ni mezquina —dijo en voz alta.

Al momento sintió como un aura de clemencia y aprobación en el aire: Dios la escuchaba por fin. Se sentó en la cama y juntó las manos.

—No estuvo bien que tratara de sobornarte —continuo.

Él le dio la razón. Pero luego dijo que las personas no toleran demasiada realidad.

Mira tuvo que pararse un momento a pensarlo antes de comprender.

—Al menos no de una vez —pensó en voz alta.

Él dijo que había llegado para ella el momento de llorar.

Pensó en Javier, el hijo que le mataron durante el toque de queda. No se había dado a sí misma tiempo para llorarlo. Recurrió a la imagen de Otilia, paseando por los campos de tulipanes en Holanda.

Luego se burló de sí misma, en voz alta.

Aquella vez estaba segura de haber oído a Dios riéndose.

A lo lejos, oyó sonar el teléfono en el estudio de Inge.

«¡Oh, Dios! —pensó—, pero si es domingo. Y nadie ha comido en esta casa, ni siquiera desayunado».

Entonces pudo reírse pensando en el pan quemado del desayuno.

Fue a la cocina y encontró otro pollo congelado, podía servir. Oyó a Inge despidiéndose al teléfono, hablaba en inglés, y Mira notó cómo le golpeaba el corazón de inquietud.

—¿Dónde está Ingrid? —preguntó, cuando Inge llegó a la cocina.

—Creo que está duchándose.

Inge miró detenidamente a Mira, sus ojos estaban completamente rojos, pero la mirada parecía tranquila. «¡Dios mío! —pensó Inge—. ¿Cómo se lo digo?».

Se sentaron a la mesa de la cocina, se miraron sin decirse nada. En aquel preciso instante apareció Ingrid en la escalera con pantalones vaqueros y camisa blanca. El pelo mojado y los párpados hinchados.

—Mi ángel bueno —dijo Inge.

—¿Ha sido siempre así? —preguntó Mira.

Inge afirmó con la cabeza, pensando en lo preocupada que había estado siempre por esta niña buena por naturaleza.

Luego se serenó y les habló de la llamada de Londres.

—La señora Eloiza Drumond solo acepta entrevistarse directamente con los familiares de Otilia —dijo Inge.

«Ya lo ha dicho Dios, ha llegado el momento de llorar», pensó Mira.

—Mira, ¿tienes pasaporte?

—Sí.

—Tenemos que llamar a tus hijos.

—¿Quieres hacerlo tú?

La voz de Mira era humilde.

—Sí, naturalmente.

Inge localizó a Nesto en el taller haciendo una revisión de última hora al autobús. Salía para Polonia al día siguiente.

—Sea como sea, tienes que venir aquí esta tarde —dijo Igne con voz severa. Nesto dijo que de acuerdo, que estaría al cabo de una hora.

También encontró a José. Sí, claro que iría. Pero tenía que pasar por casa a buscar a Lars-José. Su mujer trabajaba de noche. ¿Podría Inge llamar a Kristina, su mujer, y explicárselo?

—Sí, claro —dijo Inge.

Inge ya había coincidido con Kristina y, enseguida, la había catalogado: la chica bonita de la clase, tetas grandes, ojos juguetones bajo largas pestañas, labios sensuales. Más carcajadas que sonrisas. No falta de talento, pero sí de interés por los estudios.

Siempre le habían caído bien ese tipo de chicas y a menudo



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