Aventuras de Nico: El volcán del desierto by Alfredo Gómez Cerdá

Aventuras de Nico: El volcán del desierto by Alfredo Gómez Cerdá

autor:Alfredo Gómez Cerdá [Gómez Cerdá, Alfredo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1990-11-15T00:00:00+00:00


6. Los yobhart.

LAS montañas dejaron de formar parte del paisaje y se convirtieron en una realidad, una escarpada y angosta realidad. El grupo había llegado bajo un sol abrasador a las primeras laderas descarnadas, donde se acumulaban arenales y entre algunas rocas brotaban matas de hierba seca, que contribuían incluso a acentuar la terrible aridez del lugar.

No había camino ni senda, por lo que el grupo se veía obligado a caminar en continuo zigzag, salvando los constantes obstáculos rocosos.

A medida que el ascenso se acentuaba, resultaba más difícil caminar, sobre todo a lomos de un camello. Así lo entendió el profesor Kaufman y, al llegar a una pequeña planicie, viendo que la ascensión se complicaba todavía más a partir de ese punto, bajó de su montura y dijo:

—Continuaremos andando. Será más seguro y más rápido. Nos llevaremos agua y algo de comida.

La doctora Fox y Nico descendieron de sus camellos y cargaron con los odres del agua y una bolsa que llenaron de comida.

El profesor comenzó a hablar con los tres nómadas y su voz se fue otra vez tornando amenazadora y violenta, a medida que la conversación avanzaba. Aquellos hombres, formando una piña, increpaban al profesor y hacían ostensibles gestos.

—¿Qué ocurre? —preguntó la doctora.

—Se niegan a continuar —respondió el profesor—. Insisten en que se trata de un lugar sagrado que no debe ser profanado. Hablan también de unos yobhart, o algo por el estilo.

—¿Yobhart? —preguntó la doctora Fox con curiosidad.

—No sé lo que significa esa palabra, pero deduzco que se trata de guardianes encargados de custodiar el lugar, o de sacerdotes. Tal vez de las dos cosas.

—Con eso no contábamos.

—No tenemos que hacer caso a estos hombres. Están demasiado asustados. Todo es pura fantasía.

—Podríamos librarnos de ellos. Desde aquí, nosotros solos llegaríamos hasta el tesoro.

—No estoy seguro. ¡Todo es tan semejante en estas montañas! Ellos conocen la forma de llegar sin dar rodeos. Nos ahorrarían mucho tiempo.

—Entonces… adelante.

El profesor volvió a encararse con los tres nómadas y, primero con buenas razones y después con toda clase de gritos, intentó que les guiasen al cráter que habían divisado desde el globo. Pero aquellos hombres estaban resueltos y en todo momento se negaron a dar un paso.

La doctora Fox sacó entonces el revólver y con él en la mano se dirigió a ellos. Colocó el cañón sobre la sien de uno de los nómadas y le dijo al profesor:

—¡Dígales que, si no obedecen, apretaré el gatillo!

El profesor tradujo las palabras de la doctora y el miedo se reflejó en los rostros de aquellos tres hombres que, finalmente, cedieron a los deseos del profesor y continuaron la marcha.

—¿Es que no van a desatarles? —preguntó Nico perplejo, al ver que permanecían atados entre sí.

—No —respondió con sequedad el profesor.

Abandonaron los camellos y continuaron a pie por aquellas montañas, casi en continuo ascenso. Nico se detenía de vez en cuando y miraba hacia atrás. La perspectiva del desierto cada vez era más grande y la vista se perdía a lo lejos en una inmensidad de arena.



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